martes, 18 de septiembre de 2012

Un círculo perfecto (PARTE V DE V)


V
Medina lleva puesta la misma ropa que el día anterior pero arrugada. Ella también, lo que me obliga a deducir que mis sospechas son en verdad una realidad. Me siento vulnerable y tonto, humillado pese a que nadie se ha complotado en mi contra ¿O sí?
Los obreros no están pero su presencia resuena, sigue vibrando en el ambiente por el polvillo blanco, dañino, que nos acompañará durante los siguientes tres meses.
Esquivel transcribe a máquina un acta del caso Rosendo. Simplemente lo oigo, no lo veo, me irrita pensar en sus dedos presionando las teclas y los martillos, con las letras, entintando la hoja. 
Tomo la carpeta caratulada como Caso Salvucci-Correa, la abro. Leo el primer expediente pero mi mente está en otro lado. En la camisa arrugada de Medina, en el vestido pálido de ella, en el polvo del aire. Me levanto y me dirijo a la cocina. Preparo un café en una taza cualquiera, lo sirvo con lentitud porque en verdad es tan solo una excusa para despejar la cabeza, tomarme un minuto de descanso e intentar pensar en otra cosa pero me es imposible. Las imágenes inexistentes, supuestas, que creo para auto flagelarme, para crear un enemigo, una excusa para odiarla y lograr aceptar que no es mía, continúan girando dentro de mí, trazando un circulo perfecto.
Tomo el café de pie, en la minúscula cocina de azulejos celestes, gastados, tristes. Los miro, intento comprenderlos, pensar en su fabricante, en porqué son necesarios. No despego los ojos de ellos, entre trago y trago noto que me angustian. Lavo la taza y la vuelvo a colocar, boca abajo, junto a las otras. Gotea.
Regreso a mi cubículo, desganado. Oigo a Medina monologar, lo supongo frente a Vanesa.
“Los artistas no tienen un plan b, no les queda otra que tener un trabajo en el que no puedan progresar, estático, que los haga infelices, para así, verse obligados a triunfar con su arte, con lo que realmente les importa. Focalizar su energía en una sola dirección, en un único interés”.
Muerdo un lápiz, con violencia, por la bronca de no ser nadie, por las palabras de Medina.
 “Yo no tengo un plan”, pienso.
Me levanto mareado ante el descubrimiento, observo a mis compañeros y todos trabajan, levemente inclinados sobre los escritorios, jorobados. Tomo aire y miro por la ventana que se encuentra lejos, al final del corredor, deja ver un  paisaje mutilado, seco.
La vista me da una extraña tranquilidad que dura unos minutos pero luego me sumerge en una profunda tristeza y me veo obligado a reflexionar para mis adentros, apretando los dientes. No surge ningún pensamiento. Observo y me abstraigo de lo que veo: árboles derrotados. 

domingo, 16 de septiembre de 2012

Un círculo perfecto (Parte IV de V)


El sol ya no está. No sé en que momento se ocultó. Voy a hacer café, no es mi taza la que uso. Al volver a mi escritorio anoto en un papel una frase que jamás podrá ser leída, por lo tanto tampoco recordada. Cintia aparece y lo escondo en mi mano. Siento el sudor saliendo de mis dedos. La tinta borroneada, la letra ilegible. La oración desaparece para siempre.
“¿Qué tenés ahí?” me pregunta y le respondo que nada. Levanta las cejas con incomprensión.
Vanesa y Medina no están, Esquivel mira el reloj sin pestañear.
Pienso en un tumor, me doy cuenta de que nunca vi uno, no sé como lucen. Imagino una bola amorfa parecida a un corazón pero con el color de un moretón y venas azules, gruesas, marcadas.
Son las seis, es hora de irse. No espero a Esquivel. Salgo al frío, aprieto los dientes. Busco con la vista a Vanesa o a Medina. No hay nadie en la cuadra. Cintia sale y me observa con disimulo, fuma, espera expectante a que le hable, a que la invite a salir. Me voy sin despedirla, mis zapatos hacen ruido al caminar. Se confunden con el soplido constante del viento, del puto viento.
Pienso en Medina y en Vanesa. Los imagino cogiendo en la cama de algún hotel.
Ella en el baño, polvoreándose las mejillas antes de escabullirse bajo una sábana azul, áspera, perfumada.  Él tirado en la cama, flácido, pálido, temeroso. Esperando ansioso que aparezca desnuda, entregada.
Pienso en el sudor y los cuerpos agitados, en somnolencia y cansancio. Sus corazones apurados, del color de un moretón, con venas azules en relieve.
Vuelvo a la oficina, a buscar a Esquivel. Para charlar, para no pensar. Ya no está. Voy al bar, solo. Pido cerveza, el sonido del gas me calma de alguna manera extraña.
Doy un sorbo. Sigo pensando. En ellos dos. Revolcándose.

jueves, 13 de septiembre de 2012

Eso hace la gente



Estaba concentrado con una revista de chimentos, leía un artículo sobre una enfermedad en los huesos que sufría el hijo de un actor que ya casi nadie recordaba. Tenía una taza de café que humeaba apoyada en el escritorio. Era en verdad un vaso de papel que había sacado de la máquina que los dueños del hotel le alquilaban a una empresa para que los clientes tomasen mientras esperaban para ingresar a sus habitaciones. Pero él no tomaba ese café, era muy caro y feo. Prefería tomar el de la cafetera que tenían en una habitación donde guardaban sus bolsos y abrigos. Eventualmente lo hacía él pero la mayoría de las veces era María quien lo preparaba. Esta vez lo había hecho él.

El ruido de la autopista se colaba por la ventana que estaba ligeramente abierta porque el ambiente estaba viciado por el olor a cigarrillo y a café y también a humedad y a traspiración. Traspiraba porque había encendido una estufa eléctrica, afuera hacía frío, llovía.
Se escuchó un ruido seco y desparejo, como si alguien arrastrase un piano por un piso de mármol; pero en el hotel los pisos eran de madera y no había ningún piano.

Dio un trago al café. Pasó de página, primero se humedeció el dedo con saliva. La siguiente nota eran consejos para vestirse los sábados por la noche. Leyó el artículo entero pese a que no solía salir los sábados por la noche porque trabajaba. Era sábado.
Le puso especial atención al artículo, como si al leerlo pudiese transportarse a otro lugar, a alguna de las fiestas que se estaba perdiendo. Esa era su literatura, las revistas baratas con fotos mal impresas, sutilmente fuera de foco, con los colores saturados.

Sonó la campanilla de la puerta e ingresó María, estaba abrigada y agitada, de su boca todavía salía humo o vapor.
Comenzó a desabrigarse, su ropa hacía ruido al rozarse entre sí. Alex, fastidiado por su calma rota fue a la habitación a servirle un vaso de café para que se calmara y calentase un poco.
-Vi algo- dijo María, todavía agitada.
-¿Qué?- preguntó Alex y dio otro sorbo al café. Dejó la revista debajo del mostrador, abierta, boca abajo.
-No se bien- dijo María y dio un trago al café, su cara pareció fruncirse.
-No hay azúcar, hay que comprar.
-Vi algo- repitió ella y el viento ingresaba por la ventana en forma de un silbido espectral.
Alex, de pie, esperó a que su compañera dijese algo.
El sonido de la ruta continuaba afuera, incesante e infinito.
-Vi a un hombre hacer algo a otro hombre.

 Ambos escucharon un grito y algo que caía desde altura y golpeaba el suelo de madera y estallaba en mil pedazos, algo de vidrio o loza, como un cenicero o una taza. Ese ruido fue acompañado de otro, opaco, el de un cuerpo golpeándose contra una pared. Otros sonidos similares aparecieron momentos después, como si un cuerpo forcejeara contra otro cuerpo. Pero era el segundo el que tenía el control y reducía al primero contra la puerta o la pared.
Alex dio otro trago. María lo acompañó en la acción.
-Había dos autos con las balizas prendidas y un hombre se bajó del que estaba más adelante y se acercó al que estaba detrás. Sólo veía su silueta, era negra.
-¿Y qué pasó?- preguntó Alex, teniendo verdadera curiosidad por la siguiente carilla de la revista.
-No lo sé- crucé el puente y vine.
Hubo otro grito y otro golpe, venían de escaleras arriba. Una puerta se agitó y otra persona gritó que quería dormir, que solucionasen sus problemas en otro lugar.
-Podés morirte hijo de puta- respondió la mujer, desde el interior de la habitación.
Se oyeron los pasos del hombre marchándose derrotado a su pieza.
María pensó en llamar a la policía, pero no hizo nada. Una luz de dos faroles ingresó por la ventana. Un motor se apagó y reinó una extraña calma. Una puerta se abría.
-¿Quedan habitaciones libres?- preguntó María mientras buscaba de debajo del mostrador el libro de ingresos.
Alex retomó su lectura, expectante a que la puerta se abriese.
Hubo un último sonido, seco y profundo, que se perdió en el ambiente y se olvidó para siempre.
Hubo gritos porque la gente a veces toma, y consume cosas. Porque la gente muchas veces está loca. Porque no saben lidiar con sus problemas, y huyen. Por eso se alojan en hoteles al costado de la ruta, con carteles de neón que ya no asombran. Eso hace la gente.

miércoles, 5 de septiembre de 2012

Un círculo perfecto (Parte III)


III

Pende un hilo de una taza,  del extremo visible se lee una etiqueta que indica el sabor del té, elresto está sumergido en la infusión.  La taza esta apoyada en mi escritorio pero no me pertenece. La mía tiene un águila polaca, esta tiene un lobo marino y dice Mar del Plata. Humea, huele rico. Cintia la levanta y sonríe. “Me mandaron a compartir la oficina con vos hasta que terminen de pintar y remodelar la mía”, dice. Yo sonrío o hago algo parecido con la boca y con toda mi cara. Transpiro, ella se da cuenta. De mi incomodidad, de mi olor, de mi miedo. Como si fuese un perro de policía en busca de cocaína.
Miro su oficina y esta aprisionada por paredes de yeso. Dos hombres entran con herramientas. Sus mamelucos son azules. Están teñidos de polvillo blanco. No usan barbijo. Pienso en sus pulmones, en sus venas, azules.  Pienso en la muerte y en edificios destruidos. Pienso en inundaciones (como si me adelantara a los hechos, como si tuviese una premonición) de agua azul al principio, marrón con el tiempo.  Imagino mosquitos revoloteando y dejando sus huevos en el agua infectada.
“A Vanesa la mandaron con el alemán”, me informa Cintia.  Mi sudor se seca, en un instante se torna frío. El alemán es Medina, así le comenzarán a decir, por su pelo rubio y finito, su altura, los ojos verdes, la tez rosada. Observo la oficina de Medina, mi nuevo enemigo. Se que Cintia me mira, quiere ver mi reacción. Mi cara tosca, fruncida por el enojo o la rabia. Por la violencia o la impotencia. La lejanía. Intento no darle importancia, simular.
Me surge un deseo de acostarme con Cintia, en forma de venganza. Venganza hacia Vanesa. Una venganza que no existe, nadie la sufre. “Todavía”, pienso con intención de moralizarme.
Esquivel escuchó, lo se. También sé que me mira, quiere ver mi reacción. Complotarse contra ese. 

lunes, 3 de septiembre de 2012

Un círculo perfecto (Parte II)


II

Escucho las quejas de las gotas del gas, la espuma blanca luce violeta por la luz negra del bar. Doy un trago, es amarga, más de lo que esperaba. Es importada.
Esquivel mete la mano en la canastita de pochochos, maníes y palitos; están todos mezclados. No discrimina, no elije, mete la mano.
“Elegir es de puto, el macho agarra, da igual lo que toque”, me dice, imponiendo principios. No le respondo, doy otro trago, lo sufro.
La rocola escupe una canción de Oscar Alemán, interpretada por él, no es de él. No sé de quien es.
“Que pibe más boludo este Medina eh, para mí no va a durar una semana”, dice Esquivel, y el cadáver queda sobre la mesa; es cuestión de comenzar a desmembrarlo.
“Ya trabaja hace cuatro meses”, digo, sin querer defenderlo, solamente ubicando la charla en un plano real.
“Me da igual, es un pelotudo. Alto, con cara de miedo, incompetente.  Para mí tiene algún retraso”. Da un trago al vaso de cerveza, y mete de nuevo la mano, roñosa, en el canasto de frituras. Hace ruido, araña el mimbre, clava sus uñas, se lleva la mano a la boca. Mastica con ruido, sin cuidado. Da otro sorbo. Yo lo observo. Doy un trago a la cerveza, limpio la espuma de mi boca y barba. Seco mi mano. Opino.
“Hay que darle tiempo, es nuevo. Es terrible la necesidad que tenemos de hacer pagar derecho de piso”, respondo. Me incluyo en su maldad, colaboro, para no discutir. “La necesidad que tenemos”, pienso, “La necesidad que tenemos de encasillar en cualquier ambiente. Encontrar un enemigo, un aliado, una mujer que nos interese, alguien a quien criticar. Cada ámbito, por más minúsculo que sea, es una representación de una totalidad impuesta”. No se lo digo a Esquivel, lo pienso nomás, en cambio le respondo: “Me chupa un huevo, no lo conozco. Ni me enoja ni me da pena. Vamos a jugar un billar”.
Todas las mesas están ocupadas, ahí ya encuentro enemigos. Vanesa toma fernet con amigas, ella resalta. Ahí encuentro el amor.