domingo, 27 de febrero de 2011

Hiatus

Este blog lo tengo hace más de un año y medio y siento que llegó el momento de dejarlo por aunque sea un período sin una actualización constante y regular hasta nuevo aviso.
Si algún texto mío es leído por otro, será mediante alguna publicación tangible y obviamente avisaré por acá.
Un saludo.
Ariel Pukacz

jueves, 17 de febrero de 2011

Resistencia Parte III(Fin)

III

Un día, el sexo dejó de tener sentido y sólo me importaban las historias. Porque me eran ajenas, como la mía propia, distantes, opacas, errantes. Decidí recuperar mi historia, no la de mi papá, no su pasado oculto y todo lo que ignoré de ese hombre en su rol fuera de el de padre. Fui a recuperar lo que había dejado trunca mi existencia.

Monte Chingolo ya no era lo mismo. Ninguno de mis vecinos quedaba. Sólo a la viuda de Herrera reconocí porque seguía viviendo enfrente de lo que había sido mi casa.
Al conejo Filipo lo tiene mi sobrina, le comenté y ella sonrió. Mis tíos se habían ido a España y Darío vivía en el anonimato, con otro nombre, me contó la viejita. Me dijo que le dejara mi teléfono a ella, que él cada tanto volvía, se aparecía de noche. Regresaba para asegurarse de que su pasado, en cierto aspecto, se preservaba, aunque sea el lugar físico.

No tuve un número de teléfono que darle porque ya no tenía domicilio fijo, no pensaba volver a Paraná.
Intenté olvidarme rápido del asunto y conseguir un trabajo o modo de subsistir. Comencé a trabajar como recepcionista en hoteles alojamiento de Zona Sur. Unos meses en uno, algunos en otro. Me recordaba a mi misma revolcándome en esas habitaciones con esos hombres sin nombre. Dormía en una habitación de los hoteles, aquellos antros se habían tornado mi hogar.

Un día, muchos meses después de mi visita a Monte Chingolo, una llamada telefónica me sorprendió.
Sí, quería hablar con Andrea.
Habla ella, respondí.

Soy Darío, dijo la voz desde el otro lado. Ambos quedamos en silencio. Años, añoré volver a escucharlo y dialogar con él como solíamos hacer allá, cuando todavía estaba viva.

¿Dónde estás? Pregunté casi llorando.
La viuda de Herrera me dijo que volviste al barrio y preguntaste por mí.
¿Cómo me localizaste? Pregunté cuando en verdad eso no importaba, tenía preguntas mucho más urgentes que hacer.
Tardé en hacerlo, me respondió.

Escuchar su voz era como volver a aquellos años, hablar con él, reencontrarme con alguien que no conocía. Un cercano desconocido.

No tuviste razón le dije.
Me preguntó en qué.
En que no iba a volver ni a acordarme de vos.
Tardó en responder, supuse que se rascaba la cabeza como cuando pensaba atentamente una respuesta. Una cabeza con menos pelo, imaginé o talvez ese hábito lo había perdido y el silencio se debía a que aguantaba el llanto.

Quise que te fueras, era demasiado chico pero sabía que si no te ibas de una vez por todas, no podría seguir con mi vida. De hecho, no pude.
Quise responderle pero me dijo: Tengo que cortar.

Seguí en la oscuridad del hotel alojamiento entre los gemidos y la tristeza, esperando a la próxima pareja y preguntándome como sería mi vida desde ahí en adelante.

martes, 8 de febrero de 2011

Resistencia Parte II

II

A mi papá lo mataron allá, en Resistencia, Chaco. Siempre me resultó como si fuese una cínica coincidencia o algo planeado, un mensaje encriptado. Nosotras, para ese entonces ya estábamos en Paraná. No hubo tiempo de llorar a papá, nos llevamos las pocas cosas que pudimos, Filipo, el perro, la carta de Lucía. Pensamos en volver a Monte Chingolo pero temimos que no fuese seguro. Yo comencé la universidad, Lucrecia el secundario, no tuvo problemas en hacer nuevos amigos. Yo ya estaba resignada, creía que nunca conocería a alguien como Darío.

Obviamente no conocí a alguien como él pero sí a alguien que me conmovió e hizo sentir así de nuevo, diferente.

Damián era asistente de cátedra. Militaba en secreto, me lo admitió años después de casados. No me atraía pero me urgía la necesidad de sacarme a Darío de una vez por todas de la cabeza, que seguía ocupando todo el espacio de mi mente. Con el tiempo, la imagen de Darío se fue tamizando y haciéndose cada vez más finita, distante y la idea de Damián como figura masculina en mi vida fue tomando cada vez más presencia.
La vida con él se tornó monótona muy rápido pero aunque sea ya no escapaba de nada. No pudo, en todos los años que convivimos, darme un hijo. Nunca quiso averiguar quien de los dos era infértil, prefería vivir con la incertidumbre, pero yo sabía que él lo era, luego de sobrevivir a un aborto.

A Ricardo lo conocí en mi propia casa, en el departamento de Damián en verdad. Ricardo se había quedado encerrado fuera de su casa, era tarde y no había ningún cerrajero al que pudiese acudir. Damián lo invitó a dormir al sofá de su minúsculo departamentito.

Había hecho estofado de carnaza porque era invierno, Ricardo a modo de agasajo llevó un vino barato con la poca plata que tenía encima. La botella se inauguró con la cena y se terminó en la sobremesa, antes de que hiciera el café. Al volver con la bandeja, ellos dos ya estaban inmersos en una de sus hipotéticas, utópicas e interminables discusiones que no los llevaban a ningún lado. Ricardo hablaba pero en mi mente, la voz no era la suya, era la de mi padre. Escucharlo hablar fue volver en el tiempo, recordar a Darío que enterrado ya estaba. Fue revivir una vida, tan distante que no sentía mía.

Con Ricardo esa noche apenas nos dirigimos la palabra, por cortesía. Pero en el silencio abyecto ya se olía el romance, la traición.
Nunca le mentí a Damián porque nunca peguntó, simplemente mantuve una vida privada, mía y ajena a él. Sólo mi hermana se enteró, cuando tuve que abortar.

No se de donde vas a sacar la plata, me dijo con indiferencia mientras masticaba sus uñas y agitaba un encendedor que no tenía más gas. Filipo estaba sobre la mesa, ahora pertenecía a mi sobrina que dormía la siesta junto al perro.

No fue problema la plata ni explicárselo a la familia de Ricardo para que pagara el aborto. El problema fue el vicio, Ricardo fue el inicio de una serie de engaños que perpetué, hacia, contra Damián y su monotonía. Llenaba de sexo mi ser como un intento de llevar adelante la infantil presencia de mi pareja. Al principio fueron sus compañeros de trabajo pero en algún momento una clase de culpa me invadió y comencé a engañarlo con completos extraños. Ellos me contaban sus vidas y yo, a cada uno de ellos les inventaba una versión diferente, distorsionada, de la mía. Nunca mencionaba a mi papá ni Esteban Echeverría ni El Chaco ni a Darío.

Sólo a Damián, a mi hermana, al triste trabajo que tenía mi mamá como cajera de un supermercado.
Justificaba el engaño diciéndome a mi misma que era por no sentirme parte de ningún lado ni apegada a nadie realmente. Como si todo hubiese sido un gran esfuerzo al irme de Monte Chingolo. Como si al irme de ahí hubiese comenzado a vivir una vida paralela a la mía, lejana a mi misma. Una falsa pantomima de lo que mi papá, egoístamente había querido para él y por lo tanto, para nosotras tres.

lunes, 7 de febrero de 2011

Resistencia

I

La trompa casi tocaba la rueda del auto. Es lo último que recuerdo, la trompa de Tapita, el perro de Nicanor, a centímetros de la llanta de nuestra camioneta. Como si fuese una extensión de Darío que quisiera que no me fuese de allá. Aunque Darío quería que me fuese, de una vez por todas.

No te preocupes, mintió mi mamá mirándome por el espejo retrovisor, ya te vas a hacer amigos nuevos.
Mi papá manejaba y puteaba por encima de un discurso que pasaban por la radio. Mi hermana intentaba dormir y dejar todo atrás sin importarle nada. Ella sí se haría nuevas amigas en otro lado. Nuestro perro ladraba, le respondía a Tapita. Nadie nos despedía, sólo Tapita.

Las despedidas fueron a lo largo de varias noches de a grupos reducidos que venían a vernos a casa, en la oscuridad y en silencio.
En resistencia ya están avisados que están yendo para allá, escuché que le decía mi tía a mi mamá mientras yo jugaba con mi hermana y con Filipo, un conejo de peluche que nos había regalado la vecina de enfrente. En el auto mi hermana intentaba dormir abrazada a él.

Parecía ser que todos los rencores entre mi mamá y mi tía habían quedado sepultados, por la desesperación. No se abrazaron pero sus miradas aterradas lo hicieron por ellas, sus ojos pedían disculpas, como si supieran desde el vamos que no se volverían a ver.
En cambio mi papá y su hermano se abrazaron y lloraron. Mi papá intentó disimularlo para que no comprendiera, ni yo ni mi hermana, la situación o para que no me preocupara o que no lo viese como un hombre débil. Nunca lo había visto llorar e hice como si no hubiese visto nada.

A mis amigos los despedí durante el día, en la plaza, junto a las hamacas. Lucía me escribió una extensa carta que conservé mucho tiempo pero perdí hace unos años en alguna de las mudanzas. No me dijo una sola palabra, todo estaba dicho en aquel papel.
Nicanor me abrazó y llenó de besos, me dijo que una estrella (no aclaró cual porque era de día) sería nuestra y que cuando la mirase los recordaría a todos. Me pareció una idea tonta en su momento pero más de una vez, cuando en Chaco me tiraba en el pasto con mi hermana y el perro a mirar el cielo, cualquier estrella me recordaba a ellos. Me gustaba creer que siempre miraba la misma.

Darío se arrepintió de su despedida, me lo dijo muchos años después, la única vez que volvimos a contactarnos.
Yo tenía razón, vos te ibas a ir y no te vas a acordar nunca más de mí, me dijo. Cuando quise reaccionar y responder algo, él ya estaba de espaldas, yéndose. Lo insulté y le grité que no era mi culpa, que yo no quería irme, huir. Que por mí cumpliría con el iluso amor eterno que nos habíamos prometido.

Mi hermana no se despidió de nadie, ella se haría nuevos amigos en el lugar al que fuéramos. Era lo suficientemente chica como para poder desprenderse de la gente con facilidad, para no extrañar.

El perro fue un regalo de la tía, para que nos fuéramos por lo menos con un amigo y supuse que para asegurarse de que la recordemos.