martes, 2 de agosto de 2011

POEMAS EN STAY HUNGRY STAY ANGRY Y NO TE CONFORMES CON NADA




MI NUEVO FANZINE STAY HUNGRY STAY ANGRY Y NO TE CONFORMES CON NADA SE CONSIGUE EN:

DISQUERÍA VERTIGO: Cabildo 2040 - Local 69 - Galería Boulevard Los Andes

LIBRERIA PURR: Av. Santa Fe 2729, local 32
...
ESPACIO MOEBIUS: Bulnes 658

FERIA DEL CIRCULO FELINO.

los deje a consignación a dos pesos, no se a cuanto los venderan. También los pueden pedir por acá y se los mando o vemos que onda.

arielpukacz@gmail.com

INDICE DEL ZINE:

-INTRO

-TEXTOS PARA REFLEXIONAR

-ENTREVISTA AL CINEASTA/DOCUMENTALISTA JEM COHEN

-HISTORIA DE SST RECORDS (BLACK FLAG SONIC YOUTH; MINUTEMEN; HUSKER DU; DINOSAUR JR, ETC)

-POEMAS

-RECETA DE TE CHAI

-BIOGRAFÍA DE L.L. ZAMENHOF (CREADOR DEL IDIOMA ESPERANTO) Y DE LA ISLA DE LAS ROSAS (PLATAFORMA ARTIFICIAL CON INTENCIÓN DE SER PARQUE TURISTICO QUE DECLARÓ SOBREANÏA EN LOS AÑOS 60s).

-HISTORIA DE LA GUITARRA TRAVIS BEAN DE MASTIL DE METAL, UNICA EN EL MUNDO UTILIZADA POR CAPOS COMO LOS SONIC YOUTH Y STEVE ALBINI.

domingo, 27 de febrero de 2011

Hiatus

Este blog lo tengo hace más de un año y medio y siento que llegó el momento de dejarlo por aunque sea un período sin una actualización constante y regular hasta nuevo aviso.
Si algún texto mío es leído por otro, será mediante alguna publicación tangible y obviamente avisaré por acá.
Un saludo.
Ariel Pukacz

jueves, 17 de febrero de 2011

Resistencia Parte III(Fin)

III

Un día, el sexo dejó de tener sentido y sólo me importaban las historias. Porque me eran ajenas, como la mía propia, distantes, opacas, errantes. Decidí recuperar mi historia, no la de mi papá, no su pasado oculto y todo lo que ignoré de ese hombre en su rol fuera de el de padre. Fui a recuperar lo que había dejado trunca mi existencia.

Monte Chingolo ya no era lo mismo. Ninguno de mis vecinos quedaba. Sólo a la viuda de Herrera reconocí porque seguía viviendo enfrente de lo que había sido mi casa.
Al conejo Filipo lo tiene mi sobrina, le comenté y ella sonrió. Mis tíos se habían ido a España y Darío vivía en el anonimato, con otro nombre, me contó la viejita. Me dijo que le dejara mi teléfono a ella, que él cada tanto volvía, se aparecía de noche. Regresaba para asegurarse de que su pasado, en cierto aspecto, se preservaba, aunque sea el lugar físico.

No tuve un número de teléfono que darle porque ya no tenía domicilio fijo, no pensaba volver a Paraná.
Intenté olvidarme rápido del asunto y conseguir un trabajo o modo de subsistir. Comencé a trabajar como recepcionista en hoteles alojamiento de Zona Sur. Unos meses en uno, algunos en otro. Me recordaba a mi misma revolcándome en esas habitaciones con esos hombres sin nombre. Dormía en una habitación de los hoteles, aquellos antros se habían tornado mi hogar.

Un día, muchos meses después de mi visita a Monte Chingolo, una llamada telefónica me sorprendió.
Sí, quería hablar con Andrea.
Habla ella, respondí.

Soy Darío, dijo la voz desde el otro lado. Ambos quedamos en silencio. Años, añoré volver a escucharlo y dialogar con él como solíamos hacer allá, cuando todavía estaba viva.

¿Dónde estás? Pregunté casi llorando.
La viuda de Herrera me dijo que volviste al barrio y preguntaste por mí.
¿Cómo me localizaste? Pregunté cuando en verdad eso no importaba, tenía preguntas mucho más urgentes que hacer.
Tardé en hacerlo, me respondió.

Escuchar su voz era como volver a aquellos años, hablar con él, reencontrarme con alguien que no conocía. Un cercano desconocido.

No tuviste razón le dije.
Me preguntó en qué.
En que no iba a volver ni a acordarme de vos.
Tardó en responder, supuse que se rascaba la cabeza como cuando pensaba atentamente una respuesta. Una cabeza con menos pelo, imaginé o talvez ese hábito lo había perdido y el silencio se debía a que aguantaba el llanto.

Quise que te fueras, era demasiado chico pero sabía que si no te ibas de una vez por todas, no podría seguir con mi vida. De hecho, no pude.
Quise responderle pero me dijo: Tengo que cortar.

Seguí en la oscuridad del hotel alojamiento entre los gemidos y la tristeza, esperando a la próxima pareja y preguntándome como sería mi vida desde ahí en adelante.

martes, 8 de febrero de 2011

Resistencia Parte II

II

A mi papá lo mataron allá, en Resistencia, Chaco. Siempre me resultó como si fuese una cínica coincidencia o algo planeado, un mensaje encriptado. Nosotras, para ese entonces ya estábamos en Paraná. No hubo tiempo de llorar a papá, nos llevamos las pocas cosas que pudimos, Filipo, el perro, la carta de Lucía. Pensamos en volver a Monte Chingolo pero temimos que no fuese seguro. Yo comencé la universidad, Lucrecia el secundario, no tuvo problemas en hacer nuevos amigos. Yo ya estaba resignada, creía que nunca conocería a alguien como Darío.

Obviamente no conocí a alguien como él pero sí a alguien que me conmovió e hizo sentir así de nuevo, diferente.

Damián era asistente de cátedra. Militaba en secreto, me lo admitió años después de casados. No me atraía pero me urgía la necesidad de sacarme a Darío de una vez por todas de la cabeza, que seguía ocupando todo el espacio de mi mente. Con el tiempo, la imagen de Darío se fue tamizando y haciéndose cada vez más finita, distante y la idea de Damián como figura masculina en mi vida fue tomando cada vez más presencia.
La vida con él se tornó monótona muy rápido pero aunque sea ya no escapaba de nada. No pudo, en todos los años que convivimos, darme un hijo. Nunca quiso averiguar quien de los dos era infértil, prefería vivir con la incertidumbre, pero yo sabía que él lo era, luego de sobrevivir a un aborto.

A Ricardo lo conocí en mi propia casa, en el departamento de Damián en verdad. Ricardo se había quedado encerrado fuera de su casa, era tarde y no había ningún cerrajero al que pudiese acudir. Damián lo invitó a dormir al sofá de su minúsculo departamentito.

Había hecho estofado de carnaza porque era invierno, Ricardo a modo de agasajo llevó un vino barato con la poca plata que tenía encima. La botella se inauguró con la cena y se terminó en la sobremesa, antes de que hiciera el café. Al volver con la bandeja, ellos dos ya estaban inmersos en una de sus hipotéticas, utópicas e interminables discusiones que no los llevaban a ningún lado. Ricardo hablaba pero en mi mente, la voz no era la suya, era la de mi padre. Escucharlo hablar fue volver en el tiempo, recordar a Darío que enterrado ya estaba. Fue revivir una vida, tan distante que no sentía mía.

Con Ricardo esa noche apenas nos dirigimos la palabra, por cortesía. Pero en el silencio abyecto ya se olía el romance, la traición.
Nunca le mentí a Damián porque nunca peguntó, simplemente mantuve una vida privada, mía y ajena a él. Sólo mi hermana se enteró, cuando tuve que abortar.

No se de donde vas a sacar la plata, me dijo con indiferencia mientras masticaba sus uñas y agitaba un encendedor que no tenía más gas. Filipo estaba sobre la mesa, ahora pertenecía a mi sobrina que dormía la siesta junto al perro.

No fue problema la plata ni explicárselo a la familia de Ricardo para que pagara el aborto. El problema fue el vicio, Ricardo fue el inicio de una serie de engaños que perpetué, hacia, contra Damián y su monotonía. Llenaba de sexo mi ser como un intento de llevar adelante la infantil presencia de mi pareja. Al principio fueron sus compañeros de trabajo pero en algún momento una clase de culpa me invadió y comencé a engañarlo con completos extraños. Ellos me contaban sus vidas y yo, a cada uno de ellos les inventaba una versión diferente, distorsionada, de la mía. Nunca mencionaba a mi papá ni Esteban Echeverría ni El Chaco ni a Darío.

Sólo a Damián, a mi hermana, al triste trabajo que tenía mi mamá como cajera de un supermercado.
Justificaba el engaño diciéndome a mi misma que era por no sentirme parte de ningún lado ni apegada a nadie realmente. Como si todo hubiese sido un gran esfuerzo al irme de Monte Chingolo. Como si al irme de ahí hubiese comenzado a vivir una vida paralela a la mía, lejana a mi misma. Una falsa pantomima de lo que mi papá, egoístamente había querido para él y por lo tanto, para nosotras tres.

lunes, 7 de febrero de 2011

Resistencia

I

La trompa casi tocaba la rueda del auto. Es lo último que recuerdo, la trompa de Tapita, el perro de Nicanor, a centímetros de la llanta de nuestra camioneta. Como si fuese una extensión de Darío que quisiera que no me fuese de allá. Aunque Darío quería que me fuese, de una vez por todas.

No te preocupes, mintió mi mamá mirándome por el espejo retrovisor, ya te vas a hacer amigos nuevos.
Mi papá manejaba y puteaba por encima de un discurso que pasaban por la radio. Mi hermana intentaba dormir y dejar todo atrás sin importarle nada. Ella sí se haría nuevas amigas en otro lado. Nuestro perro ladraba, le respondía a Tapita. Nadie nos despedía, sólo Tapita.

Las despedidas fueron a lo largo de varias noches de a grupos reducidos que venían a vernos a casa, en la oscuridad y en silencio.
En resistencia ya están avisados que están yendo para allá, escuché que le decía mi tía a mi mamá mientras yo jugaba con mi hermana y con Filipo, un conejo de peluche que nos había regalado la vecina de enfrente. En el auto mi hermana intentaba dormir abrazada a él.

Parecía ser que todos los rencores entre mi mamá y mi tía habían quedado sepultados, por la desesperación. No se abrazaron pero sus miradas aterradas lo hicieron por ellas, sus ojos pedían disculpas, como si supieran desde el vamos que no se volverían a ver.
En cambio mi papá y su hermano se abrazaron y lloraron. Mi papá intentó disimularlo para que no comprendiera, ni yo ni mi hermana, la situación o para que no me preocupara o que no lo viese como un hombre débil. Nunca lo había visto llorar e hice como si no hubiese visto nada.

A mis amigos los despedí durante el día, en la plaza, junto a las hamacas. Lucía me escribió una extensa carta que conservé mucho tiempo pero perdí hace unos años en alguna de las mudanzas. No me dijo una sola palabra, todo estaba dicho en aquel papel.
Nicanor me abrazó y llenó de besos, me dijo que una estrella (no aclaró cual porque era de día) sería nuestra y que cuando la mirase los recordaría a todos. Me pareció una idea tonta en su momento pero más de una vez, cuando en Chaco me tiraba en el pasto con mi hermana y el perro a mirar el cielo, cualquier estrella me recordaba a ellos. Me gustaba creer que siempre miraba la misma.

Darío se arrepintió de su despedida, me lo dijo muchos años después, la única vez que volvimos a contactarnos.
Yo tenía razón, vos te ibas a ir y no te vas a acordar nunca más de mí, me dijo. Cuando quise reaccionar y responder algo, él ya estaba de espaldas, yéndose. Lo insulté y le grité que no era mi culpa, que yo no quería irme, huir. Que por mí cumpliría con el iluso amor eterno que nos habíamos prometido.

Mi hermana no se despidió de nadie, ella se haría nuevos amigos en el lugar al que fuéramos. Era lo suficientemente chica como para poder desprenderse de la gente con facilidad, para no extrañar.

El perro fue un regalo de la tía, para que nos fuéramos por lo menos con un amigo y supuse que para asegurarse de que la recordemos.

martes, 4 de enero de 2011

Epecuén (Fin)

Esa noche Leandro no habló, fue en silencio junto a Martín a buscar al amigo judío de este para llevarlos al cine.

El silencio no fue indicio de nada para un nene de doce años. Pero Leandro se encargó de devolverlo sano y salvo a su casa, para que Martín hablara bien de él y de los otros, de que lo trataron bien, de que no lo lastimaron durante toda esa semana.

A los diez días de aquella fallida salida al cine, finalmente lo llevó a él y a su judío amigo, pero no en el Abasto para que no le evocara a aquella situación.

-Escuché el disco de Crimson- dijo Martín.
-Yo el de Korn ¿Qué te pareció?
-Raro ¿A vos?
-Lo mismo.- mintió y le guiñó un ojo por el retrovisor.

Al llegar, Leandro se apresuró a abrirle la puerta, a ayudarlo a bajar e hizo la fila del cine, para que Martín le dijera a sus padres que hacía bien su trabajo, que era atento, que no sólo manejaba sino que lo asistía, para que no sospecharan de él.

Epecuén (Parte VI)

Nuevamente al skatepark, el mismo camino de siempre, las mismas calles, el mismo transito constituido por diferentes autos. Sus marcas, modelos, patentes no importaban, la presencia de otros vehículos era la que armaba la fantasía de un viaje similar al anterior. Una replica, inexacta, de un recorrido que se hacía solo. Una estructura fantasmal por la que se avanzaba de memoria.

¿Cómo afectó todo esto a tus papás?- preguntó Leandro para comenzar a charlar.
-Los puso nerviosos solamente, no tuvieron grandes perdidas, creo.
Leandro sintió que Martín se arrepentía de haber dicho eso y tuvo que trasformar la afirmación en un gran signo de pregunta.
-Está jodida la cosa ¿Viste el reality show ese? Al que ganó le terminaron garpando con Patacones, eso no lo cobra más. Se pasó tres meses en una casa de mierda y le pagan con fotocopias.
-Pero aunque sea esos tres meses no tuvo que trabajar- agregó Martín sin saber exactamente que aportar a la charla.
-Pero no tuvo ni el tiempo de sacar la guita del banco, sabé que si tenía algo no lo ve más. Todo pesificado.
- Sí, depende, si lo tenía afuera no le pasaba nada.
-Son pocos los que la tienen afuera.
-Si.

Leandro no supo como evitar el silencio y fue Martín quien se encargó de solucionarlo, en parte para evitar el silencio y en parte para sacar de la mente de Leandro la imagen de las cuentas en el exterior de sus padres.

-¿Escuchaste el disco que te traje la otra vez?
-No todavía no tuve un minuto pero ya lo voy a escuchar. Mañana te digo que onda, hoy a la noche lo escucho.
Martín asintió pero no dijo una sola palabra sobre el disco de King Crimson, Leandro se sintió ofendido en un primer momento, luego herido. Después recordó que estaba hablando con un nene de doce años.

Como siempre, estacionó y se apuró en bajar para abrirle la puerta a Martín, ayudarlo a bajar y darle su patineta que ahora la guardaban en el baúl. Para que Martín le dijese a sus padres que Leandro hacía bien su trabajo, que era atento, que no sólo manejaba sino que lo asistía. Para que los padres se sintiesen seguros, para que pronto le aumentaran el sueldo, para tener su confianza.

Leandro estaba por ir al bar de siempre, donde el mozo lo veía entrar y le llevaba el café con leche y dos medialunas pero prefirió pasear por Munro, localidad que apenas conocía al cansarse de las aburridas calles decidió por ir al skatepark para ver andar a Martín.

“Ya me va a salir, tengo que seguir practicando y no darles bola. En sus vidas van a poder comprar estas tablas, estas ruedas, que se rían todo lo que quieran.”- pensaba Martín mientras hacía el ridículo tirando fallidos trucos en una rampa aislada.
Leandro lo observaba de lejos, con pena, sólo con pena.

-No vengas más al skatepark, quédate en el auto o anda a tomar algo a otro lado, pero no vengas acá.- le recriminó Martín al cansarse de intentar patinar y verlo en el lugar.

Leandro le pidió disculpas por lo bajo al nene de doce años pero este ya estaba subido en el auto cuando las palabras salieron con timidez de su boca y se perdieron en el aire, sin un emisor que las procesara.

lunes, 3 de enero de 2011

Epecuén (Parte V)

Al día siguiente Leandro le llevó a Martín el disco de King Crimson copiado en un cd, esta vez no tendría excusa para no escucharlo pero prefirió que el chico lo hiciera en su casa, para resguardarse así de un disgusto en caso de que no le gustara.

Martín nunca hizo una devolución sobre el disco pero ambos entablaron algo cercano a una amistad.

-Te traje uno de Korn para que escuches.- dijo martín sin decir hola, mientras se subía despacio al auto.- Salió hace tres años, es el mejor que grabaron, el siguiente habrá salido hace un año y pico y es muy bueno, pero este es mejor.

Leandro agradeció con un volumen de voz tan bajo que casi fue como si no hubiese dicho nada, más por vergonzoso que por mal educado.

El sobre que contenía al disco tenía una prolija letra, casi femenina. No supo si era la de Martín o la de la madre de Martín. La misma letra que ella. El rebote, la boca abierta, dejando al descubierto sus dientes con braquets y las altas encías, los ojos cerrados, por placer, por dolor. Recordó todo como si estuviese narrado en tercera persona, él viéndose a sí mismo desarmar el ano de la alumna de su madre.

Como si se lo estuviesen contando. Podía visualizar la cara grotesca, contraída, deformada, con las venas de la frente marcadas por el dolor y el placer aunque en verdad nunca se la había visto. Sólo el rebote del culo contra su panza mientras sonaban las guitarras distorsionadas y los violines del primer tema del álbum.

Guardó el disco compacto en la guantera, junto a la pistola y los papeles del auto y la petaca vacía y el casette de King Crimson que había copiado para Martín.

Hacía mucho que no pensaba en Mariela, porque pensar en Mariela significaba pensar en su madre, pensar en ambas significaba pensar en ese lugar. Pensar en ese lugar significaba pensar en la inundación y en perder su lugar, en tornarse un bastardo y mejor bastardo en Capital que en otro pueblo de mierda.

¿Habría el tiempo y el agua destruido su vinilo de King Crimson o flotaría como un frisbee entre las abandonadas edificaciones?

domingo, 2 de enero de 2011

parentesis a Epecuén()

Este texto hace referencia a un cortometraje. Aqui, un año y medio después de su rodaje, lo comparto.
Fue dirigido y guinado por Jorge Rodriguez Mazzini.

todo sobre nosotros from Jorge Rodríguez Mazzini on Vimeo.

sábado, 1 de enero de 2011

Epecuén (parte IV)

Las charlas continuaron en cada visita de Martín al skatepark, en cada mañana en que Martín iba al colegio, y volvía a su casa, en cada salida al cine, y necesidad que tuviese fuera de la comodidad y seguridad del departamento en Avenida Alvear donde vivía con sus padres.

-Te traje algo- dijo Leandro mientras se aseguraba de que Martín se pusiera el cinturón y le dio un casette.
-¿Qué es esto?- preguntó Martín y abrió la ventana, lo justo para no despeinarse.
-Un casette.

Martín no respondió.

-De King Crimson- agregó Leandro para dejar que el silencio ocupara la menor cantidad de espacio posible dentro de ese auto.- Lark´s Tounges in Aspics, lo más pesado que grabó Crimson. Creo que te va a gustar.
-No tengo casettera en casa- respondió Martín, rechazándole el casette.

Leandro guardó el casette en la guantera, junto a su pistola, una petaca vacía y los papeles del auto. Prendió el motor. El rebote del culo de Mariela contra su panza mientras sonaban los violines y las guitarras del primer tema del disco, cuando el tenía veintiún años y ella quince, vino a modo de sensación a su cuerpo, no sólo a su mente, no a modo de imagen. Escuchó el ruido del cuerpo de Mariela y sus gemidos que disonaban con las guitarras y las patas de la cama que tironeaban como las de un perro que se niega a abandonar un arbolito pese a la insistencia de su dueño.

Volvió a Capital, trajo su cuerpo y mente de regreso al auto y arrancó hacia el barrio de Once a buscar a Lucas para que ambos fueran al cine.

-¿Es un amigo del cole?- preguntó Leandro para iniciar la charla.
-No, lo conocí en el skatepark hace un tiempo.
-¿Es buena onda?
-No, es judío.
-¿Cómo?
-Que no es copado, que es judío. No digo que no sea copado por ser judío, digo que no es copado y que además es judío.
-Ah ¿para qué lo vez si no es judío? Digo, copado. Igual yo pegunté si era buena onda.
-Da igual, porque, no se por qué, me acostumbré a su compañía. Andamos en skate, vamos al cine, comemos.

Martín se tomó el atrevimiento de poner un disco de Korn en el equipo del auto sin consultar y se perdió la primera estrofa por un camión que pasó por su izquierda.