martes, 4 de enero de 2011

Epecuén (Parte VI)

Nuevamente al skatepark, el mismo camino de siempre, las mismas calles, el mismo transito constituido por diferentes autos. Sus marcas, modelos, patentes no importaban, la presencia de otros vehículos era la que armaba la fantasía de un viaje similar al anterior. Una replica, inexacta, de un recorrido que se hacía solo. Una estructura fantasmal por la que se avanzaba de memoria.

¿Cómo afectó todo esto a tus papás?- preguntó Leandro para comenzar a charlar.
-Los puso nerviosos solamente, no tuvieron grandes perdidas, creo.
Leandro sintió que Martín se arrepentía de haber dicho eso y tuvo que trasformar la afirmación en un gran signo de pregunta.
-Está jodida la cosa ¿Viste el reality show ese? Al que ganó le terminaron garpando con Patacones, eso no lo cobra más. Se pasó tres meses en una casa de mierda y le pagan con fotocopias.
-Pero aunque sea esos tres meses no tuvo que trabajar- agregó Martín sin saber exactamente que aportar a la charla.
-Pero no tuvo ni el tiempo de sacar la guita del banco, sabé que si tenía algo no lo ve más. Todo pesificado.
- Sí, depende, si lo tenía afuera no le pasaba nada.
-Son pocos los que la tienen afuera.
-Si.

Leandro no supo como evitar el silencio y fue Martín quien se encargó de solucionarlo, en parte para evitar el silencio y en parte para sacar de la mente de Leandro la imagen de las cuentas en el exterior de sus padres.

-¿Escuchaste el disco que te traje la otra vez?
-No todavía no tuve un minuto pero ya lo voy a escuchar. Mañana te digo que onda, hoy a la noche lo escucho.
Martín asintió pero no dijo una sola palabra sobre el disco de King Crimson, Leandro se sintió ofendido en un primer momento, luego herido. Después recordó que estaba hablando con un nene de doce años.

Como siempre, estacionó y se apuró en bajar para abrirle la puerta a Martín, ayudarlo a bajar y darle su patineta que ahora la guardaban en el baúl. Para que Martín le dijese a sus padres que Leandro hacía bien su trabajo, que era atento, que no sólo manejaba sino que lo asistía. Para que los padres se sintiesen seguros, para que pronto le aumentaran el sueldo, para tener su confianza.

Leandro estaba por ir al bar de siempre, donde el mozo lo veía entrar y le llevaba el café con leche y dos medialunas pero prefirió pasear por Munro, localidad que apenas conocía al cansarse de las aburridas calles decidió por ir al skatepark para ver andar a Martín.

“Ya me va a salir, tengo que seguir practicando y no darles bola. En sus vidas van a poder comprar estas tablas, estas ruedas, que se rían todo lo que quieran.”- pensaba Martín mientras hacía el ridículo tirando fallidos trucos en una rampa aislada.
Leandro lo observaba de lejos, con pena, sólo con pena.

-No vengas más al skatepark, quédate en el auto o anda a tomar algo a otro lado, pero no vengas acá.- le recriminó Martín al cansarse de intentar patinar y verlo en el lugar.

Leandro le pidió disculpas por lo bajo al nene de doce años pero este ya estaba subido en el auto cuando las palabras salieron con timidez de su boca y se perdieron en el aire, sin un emisor que las procesara.

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