miércoles, 5 de septiembre de 2012

Un círculo perfecto (Parte III)


III

Pende un hilo de una taza,  del extremo visible se lee una etiqueta que indica el sabor del té, elresto está sumergido en la infusión.  La taza esta apoyada en mi escritorio pero no me pertenece. La mía tiene un águila polaca, esta tiene un lobo marino y dice Mar del Plata. Humea, huele rico. Cintia la levanta y sonríe. “Me mandaron a compartir la oficina con vos hasta que terminen de pintar y remodelar la mía”, dice. Yo sonrío o hago algo parecido con la boca y con toda mi cara. Transpiro, ella se da cuenta. De mi incomodidad, de mi olor, de mi miedo. Como si fuese un perro de policía en busca de cocaína.
Miro su oficina y esta aprisionada por paredes de yeso. Dos hombres entran con herramientas. Sus mamelucos son azules. Están teñidos de polvillo blanco. No usan barbijo. Pienso en sus pulmones, en sus venas, azules.  Pienso en la muerte y en edificios destruidos. Pienso en inundaciones (como si me adelantara a los hechos, como si tuviese una premonición) de agua azul al principio, marrón con el tiempo.  Imagino mosquitos revoloteando y dejando sus huevos en el agua infectada.
“A Vanesa la mandaron con el alemán”, me informa Cintia.  Mi sudor se seca, en un instante se torna frío. El alemán es Medina, así le comenzarán a decir, por su pelo rubio y finito, su altura, los ojos verdes, la tez rosada. Observo la oficina de Medina, mi nuevo enemigo. Se que Cintia me mira, quiere ver mi reacción. Mi cara tosca, fruncida por el enojo o la rabia. Por la violencia o la impotencia. La lejanía. Intento no darle importancia, simular.
Me surge un deseo de acostarme con Cintia, en forma de venganza. Venganza hacia Vanesa. Una venganza que no existe, nadie la sufre. “Todavía”, pienso con intención de moralizarme.
Esquivel escuchó, lo se. También sé que me mira, quiere ver mi reacción. Complotarse contra ese. 

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