jueves, 13 de septiembre de 2012

Eso hace la gente



Estaba concentrado con una revista de chimentos, leía un artículo sobre una enfermedad en los huesos que sufría el hijo de un actor que ya casi nadie recordaba. Tenía una taza de café que humeaba apoyada en el escritorio. Era en verdad un vaso de papel que había sacado de la máquina que los dueños del hotel le alquilaban a una empresa para que los clientes tomasen mientras esperaban para ingresar a sus habitaciones. Pero él no tomaba ese café, era muy caro y feo. Prefería tomar el de la cafetera que tenían en una habitación donde guardaban sus bolsos y abrigos. Eventualmente lo hacía él pero la mayoría de las veces era María quien lo preparaba. Esta vez lo había hecho él.

El ruido de la autopista se colaba por la ventana que estaba ligeramente abierta porque el ambiente estaba viciado por el olor a cigarrillo y a café y también a humedad y a traspiración. Traspiraba porque había encendido una estufa eléctrica, afuera hacía frío, llovía.
Se escuchó un ruido seco y desparejo, como si alguien arrastrase un piano por un piso de mármol; pero en el hotel los pisos eran de madera y no había ningún piano.

Dio un trago al café. Pasó de página, primero se humedeció el dedo con saliva. La siguiente nota eran consejos para vestirse los sábados por la noche. Leyó el artículo entero pese a que no solía salir los sábados por la noche porque trabajaba. Era sábado.
Le puso especial atención al artículo, como si al leerlo pudiese transportarse a otro lugar, a alguna de las fiestas que se estaba perdiendo. Esa era su literatura, las revistas baratas con fotos mal impresas, sutilmente fuera de foco, con los colores saturados.

Sonó la campanilla de la puerta e ingresó María, estaba abrigada y agitada, de su boca todavía salía humo o vapor.
Comenzó a desabrigarse, su ropa hacía ruido al rozarse entre sí. Alex, fastidiado por su calma rota fue a la habitación a servirle un vaso de café para que se calmara y calentase un poco.
-Vi algo- dijo María, todavía agitada.
-¿Qué?- preguntó Alex y dio otro sorbo al café. Dejó la revista debajo del mostrador, abierta, boca abajo.
-No se bien- dijo María y dio un trago al café, su cara pareció fruncirse.
-No hay azúcar, hay que comprar.
-Vi algo- repitió ella y el viento ingresaba por la ventana en forma de un silbido espectral.
Alex, de pie, esperó a que su compañera dijese algo.
El sonido de la ruta continuaba afuera, incesante e infinito.
-Vi a un hombre hacer algo a otro hombre.

 Ambos escucharon un grito y algo que caía desde altura y golpeaba el suelo de madera y estallaba en mil pedazos, algo de vidrio o loza, como un cenicero o una taza. Ese ruido fue acompañado de otro, opaco, el de un cuerpo golpeándose contra una pared. Otros sonidos similares aparecieron momentos después, como si un cuerpo forcejeara contra otro cuerpo. Pero era el segundo el que tenía el control y reducía al primero contra la puerta o la pared.
Alex dio otro trago. María lo acompañó en la acción.
-Había dos autos con las balizas prendidas y un hombre se bajó del que estaba más adelante y se acercó al que estaba detrás. Sólo veía su silueta, era negra.
-¿Y qué pasó?- preguntó Alex, teniendo verdadera curiosidad por la siguiente carilla de la revista.
-No lo sé- crucé el puente y vine.
Hubo otro grito y otro golpe, venían de escaleras arriba. Una puerta se agitó y otra persona gritó que quería dormir, que solucionasen sus problemas en otro lugar.
-Podés morirte hijo de puta- respondió la mujer, desde el interior de la habitación.
Se oyeron los pasos del hombre marchándose derrotado a su pieza.
María pensó en llamar a la policía, pero no hizo nada. Una luz de dos faroles ingresó por la ventana. Un motor se apagó y reinó una extraña calma. Una puerta se abría.
-¿Quedan habitaciones libres?- preguntó María mientras buscaba de debajo del mostrador el libro de ingresos.
Alex retomó su lectura, expectante a que la puerta se abriese.
Hubo un último sonido, seco y profundo, que se perdió en el ambiente y se olvidó para siempre.
Hubo gritos porque la gente a veces toma, y consume cosas. Porque la gente muchas veces está loca. Porque no saben lidiar con sus problemas, y huyen. Por eso se alojan en hoteles al costado de la ruta, con carteles de neón que ya no asombran. Eso hace la gente.

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