Estaba
concentrado con una revista de chimentos, leía un artículo sobre una enfermedad
en los huesos que sufría el hijo de un actor que ya casi nadie recordaba. Tenía
una taza de café que humeaba apoyada en el escritorio. Era en verdad un vaso de
papel que había sacado de la máquina que los dueños del hotel le alquilaban a
una empresa para que los clientes tomasen mientras esperaban para ingresar a
sus habitaciones. Pero él no tomaba ese café, era muy caro y feo. Prefería
tomar el de la cafetera que tenían en una habitación donde guardaban sus bolsos
y abrigos. Eventualmente lo hacía él pero la mayoría de las veces era María
quien lo preparaba. Esta vez lo había hecho él.
El ruido de la
autopista se colaba por la ventana que estaba ligeramente abierta porque el ambiente
estaba viciado por el olor a cigarrillo y a café y también a humedad y a
traspiración. Traspiraba porque había encendido una estufa eléctrica, afuera
hacía frío, llovía.
Se escuchó un
ruido seco y desparejo, como si alguien arrastrase un piano por un piso de
mármol; pero en el hotel los pisos eran de madera y no había ningún piano.
Dio un trago al
café. Pasó de página, primero se humedeció el dedo con saliva. La siguiente
nota eran consejos para vestirse los sábados por la noche. Leyó el artículo entero pese a que no solía salir los sábados por la noche porque trabajaba. Era
sábado.
Le puso especial
atención al artículo, como si al leerlo pudiese transportarse a otro lugar, a
alguna de las fiestas que se estaba perdiendo. Esa era su literatura, las
revistas baratas con fotos mal impresas, sutilmente fuera de foco, con los
colores saturados.
Sonó la
campanilla de la puerta e ingresó María, estaba abrigada y agitada, de su boca
todavía salía humo o vapor.
Comenzó a
desabrigarse, su ropa hacía ruido al rozarse entre sí. Alex, fastidiado por su
calma rota fue a la habitación a servirle un vaso de café para que se calmara y
calentase un poco.
-Vi algo- dijo
María, todavía agitada.
-¿Qué?- preguntó
Alex y dio otro sorbo al café. Dejó la revista debajo del mostrador, abierta,
boca abajo.
-No se bien-
dijo María y dio un trago al café, su cara pareció fruncirse.
-No hay azúcar,
hay que comprar.
-Vi algo-
repitió ella y el viento ingresaba por la ventana en forma de un silbido
espectral.
Alex, de pie, esperó
a que su compañera dijese algo.
El sonido de la
ruta continuaba afuera, incesante e infinito.
-Vi a un hombre
hacer algo a otro hombre.
Ambos escucharon un grito y algo que caía
desde altura y golpeaba el suelo de madera y estallaba en mil pedazos, algo de
vidrio o loza, como un cenicero o una taza. Ese ruido fue acompañado de otro,
opaco, el de un cuerpo golpeándose contra una pared. Otros sonidos similares
aparecieron momentos después, como si un cuerpo forcejeara contra otro cuerpo.
Pero era el segundo el que tenía el control y reducía al primero contra la
puerta o la pared.
Alex dio otro
trago. María lo acompañó en la acción.
-Había dos autos
con las balizas prendidas y un hombre se bajó del que estaba más adelante y se
acercó al que estaba detrás. Sólo veía su silueta, era negra.
-¿Y qué pasó?-
preguntó Alex, teniendo verdadera curiosidad por la siguiente carilla de la
revista.
-No lo sé- crucé
el puente y vine.
Hubo otro grito
y otro golpe, venían de escaleras arriba. Una puerta se agitó y otra persona
gritó que quería dormir, que solucionasen sus problemas en otro lugar.
-Podés morirte
hijo de puta- respondió la mujer, desde el interior de la habitación.
Se oyeron los
pasos del hombre marchándose derrotado a su pieza.
María pensó en
llamar a la policía, pero no hizo nada. Una luz de dos faroles ingresó por la
ventana. Un motor se apagó y reinó una extraña calma. Una puerta se abría.
-¿Quedan
habitaciones libres?- preguntó María mientras buscaba de debajo del mostrador
el libro de ingresos.
Alex retomó su
lectura, expectante a que la puerta se abriese.
Hubo un último
sonido, seco y profundo, que se perdió en el ambiente y se olvidó para siempre.
Hubo gritos
porque la gente a veces toma, y consume cosas. Porque la gente muchas veces
está loca. Porque no saben lidiar con sus problemas, y huyen. Por eso se alojan
en hoteles al costado de la ruta, con carteles de neón que ya no asombran. Eso
hace la gente.
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