domingo, 16 de septiembre de 2012

Un círculo perfecto (Parte IV de V)


El sol ya no está. No sé en que momento se ocultó. Voy a hacer café, no es mi taza la que uso. Al volver a mi escritorio anoto en un papel una frase que jamás podrá ser leída, por lo tanto tampoco recordada. Cintia aparece y lo escondo en mi mano. Siento el sudor saliendo de mis dedos. La tinta borroneada, la letra ilegible. La oración desaparece para siempre.
“¿Qué tenés ahí?” me pregunta y le respondo que nada. Levanta las cejas con incomprensión.
Vanesa y Medina no están, Esquivel mira el reloj sin pestañear.
Pienso en un tumor, me doy cuenta de que nunca vi uno, no sé como lucen. Imagino una bola amorfa parecida a un corazón pero con el color de un moretón y venas azules, gruesas, marcadas.
Son las seis, es hora de irse. No espero a Esquivel. Salgo al frío, aprieto los dientes. Busco con la vista a Vanesa o a Medina. No hay nadie en la cuadra. Cintia sale y me observa con disimulo, fuma, espera expectante a que le hable, a que la invite a salir. Me voy sin despedirla, mis zapatos hacen ruido al caminar. Se confunden con el soplido constante del viento, del puto viento.
Pienso en Medina y en Vanesa. Los imagino cogiendo en la cama de algún hotel.
Ella en el baño, polvoreándose las mejillas antes de escabullirse bajo una sábana azul, áspera, perfumada.  Él tirado en la cama, flácido, pálido, temeroso. Esperando ansioso que aparezca desnuda, entregada.
Pienso en el sudor y los cuerpos agitados, en somnolencia y cansancio. Sus corazones apurados, del color de un moretón, con venas azules en relieve.
Vuelvo a la oficina, a buscar a Esquivel. Para charlar, para no pensar. Ya no está. Voy al bar, solo. Pido cerveza, el sonido del gas me calma de alguna manera extraña.
Doy un sorbo. Sigo pensando. En ellos dos. Revolcándose.

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