Caminamos por la rambla y sacamos
fotos de los juegos apagados del parque de diversiones. Había una cara
diabólica de colores llamada Tillie y también una rueda de la fortuna. Una
estructura para saltar de una especie de Bungee Jumping y una montaña rusa nada
provocadora. Caminamos por ahí contra el viento y el frío y llegamos al acuario
que estaba cerrado y parecía que en otra época había sido interesante pero ya
no. También había una playa a la que no fuimos. Había gaviotas. Todos los
locales estaban cerrados y parecían los decorados de una película de Hitchcock
o hechos a medida para decorar las falsas calles de Disney World.
Todo estaba destruido por el
Huracán Sandy. Era un asco, fragmentos de madera por todos lados, como si una
bomba hubiese estallado todo. La playa estaba llena de fragmentos de cosas.
Coney Island era el rezago de lo
que una vez había sido, se notaba que en una época todas las personas se
juntaban ahí a festejar y a divertirse como en las películas, pero ya no, no en
invierno al menos. Era un lugar lúgubre y sin nada, sin sonidos más que el del
viento y las gaviotas que se quejaban. Era un lugar huérfano y alejado en el que
nada parecía pasar. Era como la ceniza de un fuego, quedaba algo horrible de lo
que había sido algo cálido y atractivo, con movimiento.
En la calle no había nadie, apenas
unas personas dispersas que parecían zombies. Eran en su mayoría rusos.
-Esto es una mierda- dijo Buddy
Holly abrazándose a sí mismo por el frío.
-Yo me voy- dijo Josh.
Estábamos parados junto a un bar
que se encontraba cerrado, era al lado de un taller mecánico que también tenía
la persiana baja. El bar parecía ser una fábrica de cervezas, era un edificio
grande de ladrillos en una esquina y tenía una pintura en una de sus paredes
que estaba gastada por la erosión y el paso del tiempo. Una gaviota pasó y su graznido
pareció haber sido hecho en esperanto. Al mismo tiempo que el pájaro se posaba
en un cartel de neón muerto, un portón de la fábrica supuestamente abandonada
se abría.
-Los esperábamos a ustedes dos
solos- dijo un hombre vestido como en la época victoriana, señalándome a mí y a
Josh- pero no importa, pasen todos.
La fábrica parecía muy grande y
sólo una parte estaba iluminada con tubos de tungsteno que la hacían lucir
deprimente y delicadamente húmeda.
Había unas veinticinco sillas
plegables, casi todas estaban ocupadas por personas vestidas como en la época
victoriana o con estética steampunk. Todos tenían sombreros
diferentes. El que más se repetía era el bombín.
-No traen sombrero- nos gruñó el
hombre que nos hizo pasar.
Nos sentamos en silencio, uno al
lado del otro. Por alguna razón me tocó nuevamente al lado de Mimi y Peggy Sue
estaba encima de Buddy Holly que era el que estaba vestido más acorde a la
situación, aunque Josh no desencajaba mucho.
-Tenemos invitados- dijo un hombre
que estaba parado en el medio del foco de luz en una tarima. Tenía un bigote
largo y enrulado.
-Calculo que saben porqué están
acá.
-No- dijo Josh desganado y aburrido
y prendió un cigarrillo y sonó sus dedos que hicieron un sonido similar al de
un corcho saliendo con violencia de una botella de sidra de 1995.
-Ustedes son los que lograron
descifrar nuestro código e ingresar. Deberían saber porqué están acá. Están acá
porque deben estar acá. Merecen estar acá.
-Mierda, esto es casi tan cool como
las modalidades ridículas que tiene Google para elegir su personal mediante
cuentas imposibles de hacer que publica en diarios y en anuncios en las rutas.
-Exacto, pero el nuestro no dice
nada referido a ninguna empresa. Es un código escrito al azar en diversos
puntos de la ciudad. El azar hace que alguien pase y lo perciba y lo anote y lo
descifre y se ponga en contacto con nosotros. Para muchas otras personas lo que
ven es tan sólo un graffiti más en New York. Es el tercer código que se logra
activar, hay cuarenta.
-¿Qué pasa cuando se activa?
-Una bomba se activa.
-¿Cómo que una bomba?
-Sí, una bomba.
-…
-Pasadas las treinta y seis horas, en
un punto aleatorio va a suceder algo. Ni nosotros sabemos qué. Hay cuarenta sorpresas-bomba,
una para cada código pero se relacionan entre sí de manera azarosa. No sabemos
cual estallará cuando.
-Mierda.
-Ustedes sabían en lo que se metían
cuando desencriptaron el código.
-¿Cómo mierda es que nos
reconocieron?- pregunté.
-Cuando ingresaron el código se
activó instantáneamente la cámara de la computadora y pudimos verlos. Muy
arriesgado de todas maneras que hiciesen todo desde un Apple Store.
-¿Cómo supieron que íbamos a venir
hasta Coney Island?
-Estás haciendo preguntas que no
son las importantes- respondió seco el hombre de los bigotes graciosos.
-Pero ustedes esperaban que
viniésemos con sombreros, así que hay algo que no cierra.
-Estás haciendo preguntas que no
son las importantes.
Me tembló la espalda y las manos me
transpiraban. Estaba nervioso y tenía calor. Me acordé que llevaba puesta una
remera nueva de The Germs que no quería que se me gastase tan rápido.
Me pareció la situación más
ridícula del mundo y me dio risa, un ataque de risa que nadie esperaba y
desconcerté a todos: a los miembros de la secta y también a mis amigos. Todos
quedaron en un elegante silencio esperando a que yo pudiese calmarme. El
silencio prosiguió una vez que me logré contener, como si todos esperasen que
dijese algo interesante, pero no tenía nada para decir.
-Perdón, me tenté- dije.
-En un principio éramos la Sociedad del Sombrero.
Seguimos existiendo.
-¿Tienen algo que ver con La Sociedad del Sombrero
Rojo?[1]-
interrumpí.
-No…
-¿Y con el club de barbas?[2]-
pregunté.
-Callen a ese- dijo el hombre del
bigote ridículo y me pegaron con una corbata que tenía en la punta un ladrillo
atado. No me dejó inconciente pero me dolió y comprendí que tenía que callarme
y quedarme con las dudas, como me sucedía en el colegio primario para que no me
burlasen cuando no entendía algo.
Quería saber si habían robado la
idea de La Subasta
del lote 49 de Thomas Pynchon pero no me animé a preguntar.
-En un principio éramos
[1] La
sociedad del Sombrero Rojo es un grupo de mujeres que se juntan a merendar y
que visten sombreros rojos y trajes lilas. Marge Simpson forma parte en un
capitulo y se ve involucrada en actividades delictivas.
[2] El Club
de Barbas y bigotes es una sociedad en la que todos sus integrantes tienen
barbas y bigotes con formas raras y longitudes extremadamente ridículas. Es
como una fraternidad o algo así.
1945, cuando terminó la Guerra y Coney Island
lentamente iba siendo olvidada y servía como refugio para nuestras parrandas.
Su fundador fue Stephen O`Malley.
-El integrante del grupo Sunn O)))-
pensé, pero era obvio que no se trataba de él porque en ese entonces no había
ni nacido.
-En 1968 hubo un nuevo miembro que
estuvo unos pocos meses en la sociedad. Era un muchacho de Chicago que nos
introdujo las ideas de Paul Lafargue y Henry David Thoreau entre otros
pensadores. Fue muy respetado rápidamente entre los integrantes, pero al
tiempo, abruptamente, se marchó sin dejar rastros. Años después, su figura cobraría
notoriedad mediática y nos inspiraría nuevamente a ser lo que somos hoy en día.
Ese hombre fue Theodore Kaczynski.
-El Unabomber- grité y me golpearon
de nuevo, aproveché el momento para preguntar si la Sociedad había robado la
idea de la novela La Subasta
del lote 49 de Thomas Pynchon y si el fundador tenía algo que ver con el
integrante del grupo de Drone Doom Metal Sunn O)) que se llaman así por una
marca de amplificadores pero que se pronuncia simplemente Sunn, casi en
respuesta a la banda fundadora del género, Earth que a su vez se llama así en
honor a Black Sabbath ya que ese había sido su primer nombre. Volvieron a
golpearme.
-Con el tiempo fuimos adoptando
diversas metodologías para sumar miembros, nuestra ideología fue mutando,
enriqueciéndose, cada vez generamos más y más conciencia. Ya no éramos un grupo
de hombres amantes de la moda, éramos hombres y mujeres queriendo cambiar las
cosas pero sin descuidar la vestimenta. Con el tiempo cambió el nombre del
movimiento, pero la Sociedad
de los Sombreros siguió existiendo como una célula.
-Ustedes han sido seleccionados
para ser parte de esto. Bienvenidos. Pronto estaremos en contacto nuevamente
con ustedes. Pero ahora tenemos que continuar con lo que hoy hemos empezado y
que ustedes no comprenderían todavía. Ya habrá tiempo, pronto, para que se
adapten.
Me detuve a mirar a las mujeres que
integraban el grupo. Estaba aquella mujer que había visto en el subte que
parecía salida de El Pueblo de los Malditos.
La imaginé teniendo arcadas
mientras succionaba un pene, con el maquillaje corrido y un poco sufriendo pero
un poco caliente por eso mismo y pasándola bien. Fuimos a comer a Nathan´s.
Josh pidió un cangrejo frito que
parecía muy extremo. Lo que pedimos el resto no tiene verdadera importancia pero
a ninguno le gustó del todo. Yo prefería los panchos de King Papaya.
-Que carajo- dijo Josh.
-¿En que mierda nos metieron?- dijo
Buddy Holly- seguramente el inútil de Mr. Momo tiene algo que ver con eso.
Mimi hacía la vertical y practicaba
kung fu.
-No sé, veamos que pasa. Que gran
ciudad New York- dijo Josh con indiferencia. Rompió la pinza del cangrejo con
sus manos que parecían las garras de un oso embalsamado o de los que aparecen
en la película Grizzly Bear de Werner Herzog.
-Estoy un poco asuztado- dije.
-Se dice asustado- me corrigió
Josh.
-Se dice matate, amigo[3]-
respondí.
Peggy Sue miraba la nada y parecía
asustada, me gustaba que lo estuviese porque de esa manera no fastidiaba ni
criticaba a nadie.
Mimi daba mortales para atrás.
Las empleadas del negocio nos
miraban con desprecio y parecían aburridas. Prendieron una radio y sonaba una
canción de Eric Clapton de la década del ochenta, por lo tanto malísima.
Mimi hacía planking[4].
Volvimos a Manhattan.
[3] Amigo lo
dije en español pese a que el texto está en español hablé todo el tiempo en
inglés.
[4] Según
Wikipedia: “El planking, término en inglés que se traduce como
«hacerse la tabla», es una práctica que consiste en estar tumbado boca abajo en
un sitio inusual”.