viernes, 1 de marzo de 2013

Manhunt I


Entramos al primer lugar que vimos, agotados y mojados por la nieve. Era un Deli kosher en la calle 38 a metros de la Séptima Avenida, era atendido por latinos e indios que parecían esconderse de algo. Me encontraba con mis compañeros de hostel. Cada uno pidió un plato diferente. Un británico de nombre Josh desmenuzaba un kebab y comía solamente los pedazos de ternera untados en la salsa agria, dejando a un lado la verdura. Usaba sus dedos como torpes pinzas, parecía un ser primitivo intentando no tocar las partes peligrosas (la lechuga) de un animal venenoso.
Mimi era de Corea, no sé de que cual de las dos, calculo que de la que no es comunista. Había pedido un chow mien que tenía un aspecto horrible, traía lo que parecían ser cubos de pollo empetrolados con brotes de soja secos y unos fideos al fondo del plato en los que todo lo demás navegaba.
Peggy Sue y Buddy Holly compartían un plato de pastas con bolognesa que parecía un vómito reordenado para parecer lo que era antes de ser un vómito.
El mío era el único que traía papas fritas, había pedido una hamburguesa que no parecía kosher, solamente se notaba que lo era porque no traía queso. Le hacía falta.
-Hay un bar- dijo Josh- en el que el barman es una cebra, por alguna razón nadie se asombra.
Sorbió un espagueti como si fuese la medula de una vértebra en una sopa pobre de algún país de Europa del este.
Mojé una papa frita, ya fría, en un montón de Ketchup y al meterla en mi boca me asqueó lo avinagrado de la salsa pero tragué de todas maneras. Imaginé que así se deberían sentir las actrices porno cuando las denigran en las películas y las obligan a tragar grandes cantidades de semen y encima tienen que sonreír a cámara y actuar como si la estuviesen pasando bien, aunque es probable que alguna la pase bien haciendo eso. También es probable que alguna se contagie de sida por hacer eso.
Me pregunté cuanto de suicida tiene dejar que una prostituta te practique sexo oral sin preservativo.
-¿Cómo que una cebra?- pregunté y me fijé en los empleados del deli, todos vestidos igual pero lucían diferente.
-Así parece, es un bar oculto en Chinatown, deberíamos ir. Un conocido me contó que hace poco viajó en taxi y el chofer era un búfalo.
-Esa es mierda racista- respondió Peggy Sue mientras limpiaba sus anteojos- seguro es una forma despectiva de decirle a los árabes que manejan dignamente los taxis de la ciudad. Tu amigo es un racista.
Sus ojos parecían muy pequeños, los lentes de los anteojos los amplificaban y hacían que luciesen de un tamaño normal.
-Eso no es cierto, no es un racista. No veo razón para que me mintiese. Además en ese bar el entretenimiento no es la cebra, sino que la gracia es que es secreto. Nadie parece molestarlo o molestarla, está ahí y hace su trabajo.
-¿Tendrá olor a zoológico?- pregunté, lamentando haberme quedado sin gaseosa.
-Eso es racista- respondió Peggy Sue- sólo porque es una cebra suponés que tiene feo olor.
-Todo es racista para vos Peggy Sue, me tenés harto, todos somos unos putos racistas según tu perspectiva- le respondió Buddy Holly mientras limpiaba sus anteojos de culo de botella, tenía un escarbadientes entre los dos labios y una barba crecida que lo hacía lucir como un texano ignorante.
-Son todos unos islamofóbicos- dijo Peggy Sue y yo dudé de que esa palabra siquiera existiese.
-No todos estudiamos en Harvard Peggy Sue- le respondió Josh ante las acusaciones mientras hacía un bollo con los restos de la comida. Mimi no decía nada, se escudaba en su plato ya frío e intentaba sorber la salsa de soja que quedaba en el fondo del plato.
Volví a ver a los empleados del deli, todos miraban hipnotizados el televisor. Recién ahí comprendí que había un sonido más en el ambiente, el de la tele encendida, transmitiendo noticias que no me importaban.
Entró una pareja de religiosos, un hombre que lucía más anciano de lo que seguramente era con su mujer (que parecía bastante joven) y un cochecito con un bebé de unos pocos meses.
Volteé para ver las noticias de la tele. No entendía nada de lo que sucedía porque el telempromter estaba en árabe por alguna razón extraña. Las imágenes eran de unos edificios en algún lugar de la isla, luego había imágenes de unas pintadas con aerosol bastantes fatalistas.
-Esos hijos de puta-gruñó Buddy Holly.
El hombre judío miraba el televisor disgustado por estar en un canal árabe y se acerco con lentos pasos al mostrador a exigir que cambiaran de canal, los empleados aceptaron la orden asustados.
-¿Qué es lo que pasa?- pregunté desentendido.
-Es una movida que está haciendo una nueva secta terrorista llamada El Orden del Nuevo Mundo o algo así. Nadie sabe bien que pretende o que hacen, nadie sabe nada pero están en todos lados.
-Son una mezcla entre la Cienciología, The Warriors y el proyecto Caos de el Club de la Pelea- dijo Josh bromeando pero a la vez definiéndolos certeramente, aunque yo todavía no lo sabía.
-Tienen algo de el Guazón en el Batman de Christopher Nolan- dijo Peegy Sue.
-Sí, también algo de la última de la trilogía, algo de la pandilla de Bane ¿No? Esa cosa anárquica pseudo Unabomber casi infantil.
Mimi seguía silenciosa y quieta, como si no estuviese, pero estaba y su presencia hacía la diferencia. Ella me daba la sensación de que éramos un verdadero grupo, una cantidad importante de personas para ser una especie de pandilla interracial y deforme.
-¿Es un grupo islámico extremista?- pregunté sin entender.
-No, son un montón de red necks desempleados con demasiado tiempo libre, o eso al menos creo yo. Nadie entiende muy bien de que se trata todo eso.
Peggy Sue volvió a servirse gaseosa en el vaso descartable aunque no se podía, pero los empleados querían cerrar el lugar y ya les importaba un carajo. El que parecía ser el jefe era un mexicano que tenía un trapo húmedo al hombro y estaba expectante a que nos fuésemos para comenzar a poner las sillas sobre la mesa.
-Es hora de que nos vayamos- indicó Buddy Holly mientras desmenuzaba una galleta de la fortuna. No entendí porqué tenía una galleta de la fortuna porque no venía en el menú. Leyó la predicción que viene escrita aleatoriamente en el papel sedoso. Abrió los ojos asombrado, como si le dijese una verdad que esperaba ratificar y lo arrugó y rompió por la mitad. Estrenó un paquete de chicle y se lo metió en la boca, era de helado de naranja y crema.
Salimos al frío. Ya no nevaba pero la temperatura parecía mayor a la que había cuando ingresamos al deli kosher.
-Que comida más horrible- atacó Josh- en un lugar judío esperaba al menos comer sano, bien, barato y rico. No pasó ninguna de todas esas cosas.
Me reí pero me sentí ofendido y no respondí nada.

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