Entramos al primer lugar que vimos,
agotados y mojados por la nieve. Era un Deli kosher en la calle 38 a metros de la Séptima Avenida , era atendido
por latinos e indios que parecían esconderse de algo. Me encontraba con mis
compañeros de hostel. Cada uno pidió un plato diferente. Un británico de nombre
Josh desmenuzaba un kebab y comía solamente los pedazos de ternera untados en
la salsa agria, dejando a un lado la verdura. Usaba sus dedos como torpes
pinzas, parecía un ser primitivo intentando no tocar las partes peligrosas (la
lechuga) de un animal venenoso.
Mimi era de Corea, no sé de que
cual de las dos, calculo que de la que no es comunista. Había pedido un chow
mien que tenía un aspecto horrible, traía lo que parecían ser cubos de pollo
empetrolados con brotes de soja secos y unos fideos al fondo del plato en los
que todo lo demás navegaba.
Peggy Sue y Buddy Holly compartían
un plato de pastas con bolognesa que parecía un vómito reordenado para parecer
lo que era antes de ser un vómito.
El mío era el único que traía papas
fritas, había pedido una hamburguesa que no parecía kosher, solamente se notaba
que lo era porque no traía queso. Le hacía falta.
-Hay un bar- dijo Josh- en el que
el barman es una cebra, por alguna razón nadie se asombra.
Sorbió un espagueti como si fuese
la medula de una vértebra en una sopa pobre de algún país de Europa del este.
Mojé una papa frita, ya fría, en un
montón de Ketchup y al meterla en mi boca me asqueó lo avinagrado de la salsa
pero tragué de todas maneras. Imaginé que así se deberían sentir las actrices
porno cuando las denigran en las películas y las obligan a tragar grandes
cantidades de semen y encima tienen que sonreír a cámara y actuar como si la
estuviesen pasando bien, aunque es probable que alguna la pase bien haciendo
eso. También es probable que alguna se contagie de sida por hacer eso.
Me pregunté cuanto de suicida tiene
dejar que una prostituta te practique sexo oral sin preservativo.
-¿Cómo que una cebra?- pregunté y
me fijé en los empleados del deli, todos vestidos igual pero lucían diferente.
-Así parece, es un bar oculto en
Chinatown, deberíamos ir. Un conocido me contó que hace poco viajó en taxi y el
chofer era un búfalo.
-Esa es mierda racista- respondió
Peggy Sue mientras limpiaba sus anteojos- seguro es una forma despectiva de
decirle a los árabes que manejan dignamente los taxis de la ciudad. Tu amigo es
un racista.
Sus ojos parecían muy pequeños, los
lentes de los anteojos los amplificaban y hacían que luciesen de un tamaño
normal.
-Eso no es cierto, no es un
racista. No veo razón para que me mintiese. Además en ese bar el
entretenimiento no es la cebra, sino que la gracia es que es secreto. Nadie
parece molestarlo o molestarla, está ahí y hace su trabajo.
-¿Tendrá olor a zoológico?-
pregunté, lamentando haberme quedado sin gaseosa.
-Eso es racista- respondió Peggy
Sue- sólo porque es una cebra suponés que tiene feo olor.
-Todo es racista para vos Peggy
Sue, me tenés harto, todos somos unos putos racistas según tu perspectiva- le
respondió Buddy Holly mientras limpiaba sus anteojos de culo de botella, tenía
un escarbadientes entre los dos labios y una barba crecida que lo hacía lucir
como un texano ignorante.
-Son todos unos islamofóbicos- dijo
Peggy Sue y yo dudé de que esa palabra siquiera existiese.
-No todos estudiamos en Harvard
Peggy Sue- le respondió Josh ante las acusaciones mientras hacía un bollo con
los restos de la comida. Mimi no decía nada, se escudaba en su plato ya frío e
intentaba sorber la salsa de soja que quedaba en el fondo del plato.
Volví a ver a los empleados del
deli, todos miraban hipnotizados el televisor. Recién ahí comprendí que había
un sonido más en el ambiente, el de la tele encendida, transmitiendo noticias
que no me importaban.
Entró una pareja de religiosos, un
hombre que lucía más anciano de lo que seguramente era con su mujer (que parecía
bastante joven) y un cochecito con un bebé de unos pocos meses.
Volteé para ver las noticias de la
tele. No entendía nada de lo que sucedía porque el telempromter estaba en árabe
por alguna razón extraña. Las imágenes eran de unos edificios en algún lugar de
la isla, luego había imágenes de unas pintadas con aerosol bastantes
fatalistas.
-Esos hijos de puta-gruñó Buddy
Holly.
El hombre judío miraba el televisor
disgustado por estar en un canal árabe y se acerco con lentos pasos al
mostrador a exigir que cambiaran de canal, los empleados aceptaron la orden
asustados.
-¿Qué es lo que pasa?- pregunté
desentendido.
-Es una movida que está haciendo
una nueva secta terrorista llamada El Orden del Nuevo Mundo o algo así. Nadie
sabe bien que pretende o que hacen, nadie sabe nada pero están en todos lados.
-Son una mezcla entre la Cienciología , The
Warriors y el proyecto Caos de el Club de la Pelea- dijo Josh bromeando pero a la vez
definiéndolos certeramente, aunque yo todavía no lo sabía.
-Tienen algo de el Guazón en el
Batman de Christopher Nolan- dijo Peegy Sue.
-Sí, también algo de la última de
la trilogía, algo de la pandilla de Bane ¿No? Esa cosa anárquica pseudo
Unabomber casi infantil.
Mimi seguía silenciosa y quieta,
como si no estuviese, pero estaba y su presencia hacía la diferencia. Ella me
daba la sensación de que éramos un verdadero grupo, una cantidad importante de
personas para ser una especie de pandilla interracial y deforme.
-¿Es un grupo islámico extremista?-
pregunté sin entender.
-No, son un montón de red necks
desempleados con demasiado tiempo libre, o eso al menos creo yo. Nadie entiende
muy bien de que se trata todo eso.
Peggy Sue volvió a servirse gaseosa
en el vaso descartable aunque no se podía, pero los empleados querían cerrar el
lugar y ya les importaba un carajo. El que parecía ser el jefe era un mexicano
que tenía un trapo húmedo al hombro y estaba expectante a que nos fuésemos para
comenzar a poner las sillas sobre la mesa.
-Es hora de que nos vayamos- indicó
Buddy Holly mientras desmenuzaba una galleta de la fortuna. No entendí porqué
tenía una galleta de la fortuna porque no venía en el menú. Leyó la predicción
que viene escrita aleatoriamente en el papel sedoso. Abrió los ojos asombrado,
como si le dijese una verdad que esperaba ratificar y lo arrugó y rompió por la
mitad. Estrenó un paquete de chicle y se lo metió en la boca, era de helado de
naranja y crema.
Salimos al frío. Ya no nevaba pero
la temperatura parecía mayor a la que había cuando ingresamos al deli kosher.
-Que comida más horrible- atacó
Josh- en un lugar judío esperaba al menos comer sano, bien, barato y rico. No
pasó ninguna de todas esas cosas.
Me reí pero me sentí ofendido y no
respondí nada.
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