Frente a nosotros había una
cervecería y propuse ir a tomar algo y a pasar el rato pero todos preferían
pasarla mal bajo el frío. Ver las luces que nunca se apagan de la ciudad y
cuando ya la situación se hiciese intolerable y aburrida, ir a tomar una puta
cerveza.
Caminamos la media cuadra que nos
quedaba hasta Broadway y avanzamos hasta la Calle Cuarenta , para darnos
cuenta de que nos habíamos confundido y que teníamos que volver a la Séptima Avenida , donde Time
Square comienza. Entonces pudimos disfrutar de las estúpidas luces de colores y
de los cientos de turistas sacándose fotos, latinos en familia, orientales con
amigos, australianos en grupos estudiantiles, un montón de otras personas en un
montón de otras situaciones, solas y acompañadas.
Las pantallas infinitas, los
anuncios que nos hacen sentir bien, los locales de comida rápida, las miles de
tiendas que explotan a sus empleados haciéndolos trabajar hasta horas
ridículas, los precios ridículamente baratos y el bullicio que genera toda esa
masa de gente, de luces, de taxis, de policías y de cosas.
Me sentí saturado pero bien, y de
pronto mal, angustiado. Esa ciudad existía y yo estaba en ella, pero no por
siempre. El viaje tenía un fin, faltaba pero en algún momento tendría que
volver y solo quedarían las fotos sin sentido y las historias torpemente
anotadas en un cuaderno, sin detalles porque el brazo se me acalambra al
escribir a mano. El viaje quedaría reducido a nada, a una experiencia vivida,
por lo tanto muerta. El viaje no tenía sentido y entonces me amargué. Para
sentirme menos mal me saqué una foto con Naked Cowboy e insistí a todo el grupo
de entrar a la tienda de M&M y aceptaron de mala gana. Una vez adentro nos
robamos chocolates de los sabores más raros y nos sacamos fotos en broma con
peluches y demás merchandising.
Le propuse a Mimi sacarnos la
típica foto sonriendo, un poco agachados y con los dedos haciendo el símbolo de
la paz, como suelen hacer los orientales. Me respondió que eso es una ofensa,
que lo hacen los chinos y no los coreanos, que ellos no tienen nada que ver con
esa estupidez. Me sentí avergonzado y no supe que decir pero ella sonrió y me
motivó a que robáramos más chocolates. Inventó un juego: ganaba el que salía de
la tienda con más piezas sin ser deportado a su país por la policía. Por suerte
ninguno perdió.
La noche todavía era nuestra, eran
tan sólo las ocho, nos quedaban seis horas antes de que las últimas tiendas cerraran.
Tan sólo por diversión entramos a Forever 21, teníamos la certeza de que no
compraríamos nada pero Peggy Sue le costó unos buenos billetes a Buddy Holly.
Salió de allí con cuatro bolsas, dos en cada brazo. Dentro de la tienda todos
los empleados sonreían y parecían más limpios, perfumados y vivos que yo. Había
una música horrible y ropa horrible pero ahí dentro uno se sentía bien,
contenido y protegido.
Caminábamos por la calle en grupo,
eso me hacía sentir seguro pero a la vez estaba impaciente por ese grupo terrorista
pseudo secta religiosa.
Caminamos derecho, sin detenernos
un solo segundo, mirando lo que podíamos y dejando el resto atrás, avanzando y
olvidando. Haciendo con la ciudad lo que la ciudad hace con nosotros, avanzar y
dejar atrás, olvidar.
Teníamos que espera para ingresar
al bar, esperar a que algunos clientes salieran para que se hiciese el
suficiente lugar para que nosotros pudiésemos ingresar. Nos quedamos en
silencio, suspirando con fuerza, temblando del frío. El guardia de seguridad
del bar era un hombre vestido de traje que no tiritaba y su mirada parecía
estar más allá de nosotros, en la calle, en algo que no llegaba pero que se
aparecería pronto. Como si estuviese expectante a algo que iba a suceder
inevitablemente.
Salieron tres personas del bar y
recién entonces nos pidió nuestros ID para corroborar que fuésemos quienes
decíamos ser.
El bar estaba casi en penumbras y
todas las mesas estaban ocupadas por hipsters y personas cool, no había ningún
red neck ni persona que pareciese que podría iniciar alguna clase de pelea. Era
un lugar aburrido y sin emoción. Nos sentamos en nuestro cubículo, me tocó
contra la pared junto a Mimi por lo que me veía obligado a mirar hacia el
pasillo para poder hablar con todos, una ventaja para poder ver a las chicas
que pasaban.
Eso es una obsesión que tengo, al
ver cualquier chica estadounidense, no puedo evitar imaginarla teniendo sexo
como en las películas porno que me educaron.
Sonaba una canción de Buddy Holly,
el otro Buddy Holly, el que había muerto en un accidente aéreo más de medio
siglo atrás, dejando una gran cantidad de hits y abriendo la carrera a The
Beatles.
Se acercó una mesera y yo pedí una
Blue Moon, Buddy Holly y Peggy Sue dos Colt 45, Mimi una Saporo y Josh una
Pabst Blue Ribbon. Le dije que era un hipster por pedir esa cerveza y él me
dijo que yo era un idiota por decirle que era un hipster por pedir esa cerveza.
Lo dijo con su tonada británica que un poco me irritaba, pero no estaba en
posición de quejarme porque esas cuatro personas eran las únicas que conocía en
toda la ciudad, por lo tanto, mis únicos amigos, por lo tanto, debería
adaptarme a ellos, por lo tanto era la única forma de tener alguna contención y
no pasar todo el día sin decir una sola palabra, por lo tanto, me jodí y acepté
su respuesta y su tonada.
-¿Se dieron cuenta que todos los
lunáticos de Estados Unidos se encuentran en la Costa Oeste ?
-Bajá al subte y vas a ver varios
lunáticos que están en esta ciudad, no hace falta cruzar el país para
encontrarlos, los hay en cada esquina, en cada rincón, en ese mismo bar, en
esta misma mesa- dijo Peggy Sue.
-Hablarás por vos- respondió Josh,
con su tonada que ya tanto no me molestaba. En verdad sí me molestaba pero
intenté convencerme de que no me molestaba.
-Dejenme terminar de hablar- dije,
de fondo sonaba Link Wray- La costa Oeste tiene los asesinos seriales más
famosos, desde Charles Manson al Asesino del Zodíaco.
-Acá hay algunos muy buenos
también, Charlie Chop-off, Joel David Rifkin, etcétera.
-Pero en California estuvo Richard Ramírez,
Ted Bundy atacó por Oregón y el estado de Washington.
-En New York estuvo el legendario
Albert Fish.
-Pero ese hombre es cosa del
pasado.
-Todos son cosas del pasado.
Ahora sonaba Felt.
-Pero Albert Fish fue en el Siglo
XIX, ni siquiera había pasado la Primera
Guerra Mundial. Es como decir que Abraham Lincoln representa
claramente a los Republicanos. Es obvio que no.
En ese momento llegaron las
cervezas, la camarera sonreía y tenía tetas muy grandes y un escote que dejaba
ver gran parte de ellas. La imaginé practicando sexo anal y diciendo con una
vos falsamente sexy que no dejaran de cogerle el culo.
Dí un trago y agregué:
-Además no todos los crímenes de
Fish fueron en New York. Pero a lo que voy es que no entiendo que mierda pasa
del otro lado de este país que hace que todos sean unos neuróticos extraños. No
solo hubo asesinos seriales, también hippies y beats, drogadictos y motoqueros,
ricos excéntricos. Incluso el slogan de Portland es “Keep Portland Weird”.
-Es mentira eso, robaron esa frase
de Austin, Texas.
-Mentira Peggy Sue, deberías dejar
de contradecir y acusar a todos- dijo Buddy Holly.
-Soy de ahí, les aseguro que es
como yo digo. Vos también sos de Texas Buddy Holly, sabés de lo que hablo.
-Yo soy de Lubbock, no de Austin,
no tenemos nada que ver con ustedes.
-Ojalá mueras en un accidente aéreo
-Ojalá que estallen las oficinas de
Whole Food Market con vos adentro.
Ahora sonaba AC DC y me dio ganas
de vomitar, odio AC DC.
-No tendría nunca en mi vida alguna
razón para ir a las oficinas de Whole Food Market, de hecho nunca voy a ese
lugar.
-Nunca sabés lo que te depara la
vida.
Mi cerveza ya se había acabado y le
hice un gesto a la mesera para que trajera otra ronda, me tomé ese atrevimiento
sin saber si el resto de mis compañeros quería otra. Supuse que sí, nadie
espera en la calle con frío para entrar a un bar y tomar una sola cerveza.
-Mierda Ariel- dijo Peggy Sue- yo
quería pedir sidra tirada, no otra de estas mierdas.
Peggy Sue me estaba empezando a
cansar con su pesimismo y actitud belicosa frente a lo que todos dicen y todos
hacen. Pero la traté con respeto para no pelear.
-Perdón, le cancelo el pedido.
-No, dejá.
La mesera apareció a los pocos
segundos con los cinco nuevos porrones. Buddy Holly y Josh terminaron los
suyos, ya calientes, de un solo trago.
-Entonces, en mi opinión, la Costa Oeste tiene muchos más
enfermos que la Este. Fin
de la discusión.
Comenzó una canción de Bob Dylan
pero a los pocos segundos se frenó y sonaba una canción de Nine Inch Nails pero
hecha por Johnny Cash, lo cual era genial pero a la vez deprimente, no mucho
más deprimente que Bob Dylan sonando en un bar.
Para mi sorpresa si se inició una
pelea, había una sola mesa de gente que no estaba a la moda (además de la
nuestra) y era de un puñado de barbudos grandotes, parecían forma parte de esa
subcultura gay conocida como osos. Al parecer ellos eran los que
estaban seleccionando la música en la rockolla y uno de ellos quitó la canción
de Bob Dylan, faltándole el respeto a otro y comenzaron a golpearse y a tirarse
botellas. El guardia irrumpió en el local y sacó a los dos tipos con gran
facilidad, pero en el momento en que ingresó para sacar a los osos,
varias personas lograron colarse logrando que las reglas del establecimiento se
quebrasen y poniendo en juego su licencia para vender alcohol.
La música se frenó y tanto el
guardia como las meseras y los barman indicaron a los intrusos que salieran,
que no se repartiría más alcohol hasta que salieran y esperasen como era
debido. Como era de esperar se demoró un buen rato hasta agotar la paciencia de
los nuevos clientes que salieron e hicieron que todo volviese a la normalidad.
Seguimos con las cervezas, en
silencio, sin ya nada que decir por esa noche.
Ahora sonaban The The.
Lindo
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