martes, 5 de marzo de 2013

MANHUNT II

Frente a nosotros había una cervecería y propuse ir a tomar algo y a pasar el rato pero todos preferían pasarla mal bajo el frío. Ver las luces que nunca se apagan de la ciudad y cuando ya la situación se hiciese intolerable y aburrida, ir a tomar una puta cerveza.
Caminamos la media cuadra que nos quedaba hasta Broadway y avanzamos hasta la Calle Cuarenta, para darnos cuenta de que nos habíamos confundido y que teníamos que volver a la Séptima Avenida, donde Time Square comienza. Entonces pudimos disfrutar de las estúpidas luces de colores y de los cientos de turistas sacándose fotos, latinos en familia, orientales con amigos, australianos en grupos estudiantiles, un montón de otras personas en un montón de otras situaciones, solas y acompañadas.

Las pantallas infinitas, los anuncios que nos hacen sentir bien, los locales de comida rápida, las miles de tiendas que explotan a sus empleados haciéndolos trabajar hasta horas ridículas, los precios ridículamente baratos y el bullicio que genera toda esa masa de gente, de luces, de taxis, de policías y de cosas.
Me sentí saturado pero bien, y de pronto mal, angustiado. Esa ciudad existía y yo estaba en ella, pero no por siempre. El viaje tenía un fin, faltaba pero en algún momento tendría que volver y solo quedarían las fotos sin sentido y las historias torpemente anotadas en un cuaderno, sin detalles porque el brazo se me acalambra al escribir a mano. El viaje quedaría reducido a nada, a una experiencia vivida, por lo tanto muerta. El viaje no tenía sentido y entonces me amargué. Para sentirme menos mal me saqué una foto con Naked Cowboy e insistí a todo el grupo de entrar a la tienda de M&M y aceptaron de mala gana. Una vez adentro nos robamos chocolates de los sabores más raros y nos sacamos fotos en broma con peluches y demás merchandising.

Le propuse a Mimi sacarnos la típica foto sonriendo, un poco agachados y con los dedos haciendo el símbolo de la paz, como suelen hacer los orientales. Me respondió que eso es una ofensa, que lo hacen los chinos y no los coreanos, que ellos no tienen nada que ver con esa estupidez. Me sentí avergonzado y no supe que decir pero ella sonrió y me motivó a que robáramos más chocolates. Inventó un juego: ganaba el que salía de la tienda con más piezas sin ser deportado a su país por la policía. Por suerte ninguno perdió.
La noche todavía era nuestra, eran tan sólo las ocho, nos quedaban seis horas antes de que las últimas tiendas cerraran. Tan sólo por diversión entramos a Forever 21, teníamos la certeza de que no compraríamos nada pero Peggy Sue le costó unos buenos billetes a Buddy Holly. Salió de allí con cuatro bolsas, dos en cada brazo. Dentro de la tienda todos los empleados sonreían y parecían más limpios, perfumados y vivos que yo. Había una música horrible y ropa horrible pero ahí dentro uno se sentía bien, contenido y protegido.

Caminábamos por la calle en grupo, eso me hacía sentir seguro pero a la vez estaba impaciente por ese grupo terrorista pseudo secta religiosa.
Caminamos derecho, sin detenernos un solo segundo, mirando lo que podíamos y dejando el resto atrás, avanzando y olvidando. Haciendo con la ciudad lo que la ciudad hace con nosotros, avanzar y dejar atrás, olvidar.

Teníamos que espera para ingresar al bar, esperar a que algunos clientes salieran para que se hiciese el suficiente lugar para que nosotros pudiésemos ingresar. Nos quedamos en silencio, suspirando con fuerza, temblando del frío. El guardia de seguridad del bar era un hombre vestido de traje que no tiritaba y su mirada parecía estar más allá de nosotros, en la calle, en algo que no llegaba pero que se aparecería pronto. Como si estuviese expectante a algo que iba a suceder inevitablemente.
Salieron tres personas del bar y recién entonces nos pidió nuestros ID para corroborar que fuésemos quienes decíamos ser.

El bar estaba casi en penumbras y todas las mesas estaban ocupadas por hipsters y personas cool, no había ningún red neck ni persona que pareciese que podría iniciar alguna clase de pelea. Era un lugar aburrido y sin emoción. Nos sentamos en nuestro cubículo, me tocó contra la pared junto a Mimi por lo que me veía obligado a mirar hacia el pasillo para poder hablar con todos, una ventaja para poder ver a las chicas que pasaban.

Eso es una obsesión que tengo, al ver cualquier chica estadounidense, no puedo evitar imaginarla teniendo sexo como en las películas porno que me educaron.
Sonaba una canción de Buddy Holly, el otro Buddy Holly, el que había muerto en un accidente aéreo más de medio siglo atrás, dejando una gran cantidad de hits y abriendo la carrera a The Beatles.
Se acercó una mesera y yo pedí una Blue Moon, Buddy Holly y Peggy Sue dos Colt 45, Mimi una Saporo y Josh una Pabst Blue Ribbon. Le dije que era un hipster por pedir esa cerveza y él me dijo que yo era un idiota por decirle que era un hipster por pedir esa cerveza. Lo dijo con su tonada británica que un poco me irritaba, pero no estaba en posición de quejarme porque esas cuatro personas eran las únicas que conocía en toda la ciudad, por lo tanto, mis únicos amigos, por lo tanto, debería adaptarme a ellos, por lo tanto era la única forma de tener alguna contención y no pasar todo el día sin decir una sola palabra, por lo tanto, me jodí y acepté su respuesta y su tonada.

-¿Se dieron cuenta que todos los lunáticos de Estados Unidos se encuentran en la Costa Oeste?
-Bajá al subte y vas a ver varios lunáticos que están en esta ciudad, no hace falta cruzar el país para encontrarlos, los hay en cada esquina, en cada rincón, en ese mismo bar, en esta misma mesa- dijo Peggy Sue.
-Hablarás por vos- respondió Josh, con su tonada que ya tanto no me molestaba. En verdad sí me molestaba pero intenté convencerme de que no me molestaba.
-Dejenme terminar de hablar- dije, de fondo sonaba Link Wray- La costa Oeste tiene los asesinos seriales más famosos, desde Charles Manson al Asesino del Zodíaco.
-Acá hay algunos muy buenos también, Charlie Chop-off, Joel David Rifkin, etcétera.
-Pero en California estuvo Richard Ramírez, Ted Bundy atacó por Oregón y el estado de Washington.
-En New York estuvo el legendario Albert Fish.
-Pero ese hombre es cosa del pasado.
-Todos son cosas del pasado.

Ahora sonaba Felt.

-Pero Albert Fish fue en el Siglo XIX, ni siquiera había pasado la Primera Guerra Mundial. Es como decir que Abraham Lincoln representa claramente a los Republicanos. Es obvio que no.
En ese momento llegaron las cervezas, la camarera sonreía y tenía tetas muy grandes y un escote que dejaba ver gran parte de ellas. La imaginé practicando sexo anal y diciendo con una vos falsamente sexy que no dejaran de cogerle el culo.

Dí un trago y agregué:
-Además no todos los crímenes de Fish fueron en New York. Pero a lo que voy es que no entiendo que mierda pasa del otro lado de este país que hace que todos sean unos neuróticos extraños. No solo hubo asesinos seriales, también hippies y beats, drogadictos y motoqueros, ricos excéntricos. Incluso el slogan de Portland es “Keep Portland Weird”.
-Es mentira eso, robaron esa frase de Austin, Texas.
-Mentira Peggy Sue, deberías dejar de contradecir y acusar a todos- dijo Buddy Holly.
-Soy de ahí, les aseguro que es como yo digo. Vos también sos de Texas Buddy Holly, sabés de lo que hablo.
-Yo soy de Lubbock, no de Austin, no tenemos nada que ver con ustedes.
-Ojalá mueras en un accidente aéreo
-Ojalá que estallen las oficinas de Whole Food Market con vos adentro.

Ahora sonaba AC DC y me dio ganas de vomitar, odio AC DC.
-No tendría nunca en mi vida alguna razón para ir a las oficinas de Whole Food Market, de hecho nunca voy a ese lugar.
-Nunca sabés lo que te depara la vida.
Mi cerveza ya se había acabado y le hice un gesto a la mesera para que trajera otra ronda, me tomé ese atrevimiento sin saber si el resto de mis compañeros quería otra. Supuse que sí, nadie espera en la calle con frío para entrar a un bar y tomar una sola cerveza.
-Mierda Ariel- dijo Peggy Sue- yo quería pedir sidra tirada, no otra de estas mierdas.
Peggy Sue me estaba empezando a cansar con su pesimismo y actitud belicosa frente a lo que todos dicen y todos hacen. Pero la traté con respeto para no pelear.
-Perdón, le cancelo el pedido.
-No, dejá.
La mesera apareció a los pocos segundos con los cinco nuevos porrones. Buddy Holly y Josh terminaron los suyos, ya calientes, de un solo trago.
-Entonces, en mi opinión, la Costa Oeste tiene muchos más enfermos que la Este. Fin de la discusión.

Comenzó una canción de Bob Dylan pero a los pocos segundos se frenó y sonaba una canción de Nine Inch Nails pero hecha por Johnny Cash, lo cual era genial pero a la vez deprimente, no mucho más deprimente que Bob Dylan sonando en un bar.

Para mi sorpresa si se inició una pelea, había una sola mesa de gente que no estaba a la moda (además de la nuestra) y era de un puñado de barbudos grandotes, parecían forma parte de esa subcultura gay conocida como osos. Al parecer ellos eran los que estaban seleccionando la música en la rockolla y uno de ellos quitó la canción de Bob Dylan, faltándole el respeto a otro y comenzaron a golpearse y a tirarse botellas. El guardia irrumpió en el local y sacó a los dos tipos con gran facilidad, pero en el momento en que ingresó para sacar a los osos, varias personas lograron colarse logrando que las reglas del establecimiento se quebrasen y poniendo en juego su licencia para vender alcohol.
La música se frenó y tanto el guardia como las meseras y los barman indicaron a los intrusos que salieran, que no se repartiría más alcohol hasta que salieran y esperasen como era debido. Como era de esperar se demoró un buen rato hasta agotar la paciencia de los nuevos clientes que salieron e hicieron que todo volviese a la normalidad.
Seguimos con las cervezas, en silencio, sin ya nada que decir por esa noche.
Ahora sonaban The The.

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