jueves, 14 de marzo de 2013

MANHUNT IV


Caminé hasta el Dakota Building, donde Mark Chapman asesinó brutalmente a John Lennon. Había unos Deadheads parados en la puerta, parecían drogados, una pareja de alemanes (o eso parecían ser) lloraba. Me detuve tan sólo un momento y me alejé de ahí hasta ver la placa de IMAGINE. Había una larga fila para posar en el círculo y sacarse una foto. No me conmovió en lo más mínimo.

Un hombre cantaba las canciones más famosas de manera horrible y las personas le daban monedas y se sacaban fotos con él y las cantaban de manera fea acompañándolo. Tenía un sombrero de cowboy y pelo largo, pero supuse que debajo del sombrero había una calva con verrugas. Tenía un chaleco y botas texanas. No sé que tiene que ver esa vestimenta con The Beatles.

Otro hombre llegó y desenfundó una guitarra eléctrica que enchufó a un amplificador y comenzó a tocar otras canciones a tan sólo metros de distancia. Las melodías mal ejecutadas se superponían y era una bola de ruido horrible. Los hombres comenzaron a discutir. El segundo se escudó en La Primera Enmienda y el primero en que había llegado primero. Comenzaron a gritarse y todo el mundo miraba y el círculo de IMAGINE quedó sin nadie porque se formó otro, de personas entorno a ellos. No iban a golpearse, ese era el climax. Entonces me fui y pensé en ir al Tom´s Restaurant, conocido como “el bar de Seinfield” porque muchos capítulos se filmaron ahí. Me pareció que quedaba demasiado lejos para ir a sacarme solamente una foto y comer un desayuno que seguramente era carísimo. Además no soy muy fan de Seinfield, prefiero Curb Your Enthusiasm. Me pregunté cuando habría sido la última vez que Jerry Seinfield habría ido a comer ahí, o si alguna vez habrá ido más allá de la filmación del programa.

Atravesé el Central Park y fui a King Papaya, un pequeño negocio de panchos y jugo de papaya que queda del otro lado, al este del parque. En el transcurso me crucé con un libo perdido, dejado a propósito para que alguien lo encontrara, pero era un libro sobre el surgimiento de las religiones y me resultó muy aburrido y dejé que siguiese esperando a que alguien se entusiasmara con el juego anónimo.

Pensé en que quizás era dejado ahí por alguien de La Orden del Nuevo Mundo pero no quería empezar con paranoias que no iba a poder frenar, encima tan lejos de mi casa y de todas las personas que conocía.
Llegué al lugar de panchos que había conocido por el programa de televisión de Anthony Bourdain.
La mujer que atendía no se esmeraba en ayudarme a elegir el menú más conveniente, por lo que pedí un pancho con chili y otro con queso fundido, un vaso grande de jugo de papaya (que no sabía si me iba a gustar o a resultar vomitivo) y un vaso de papas fritas enruladas.

El local era minúsculo y sólo se podía comer de pie. A mi lado había una anciana, tendría unos ochenta años, estaba arrugada y temblaba pero estaba muy bien vestida. Me pregunté quien carajo sería esa mujer, como habría sido su vida, si siempre habría vivido en New York y que pensaría de la ciudad en estos días.
Comía un pancho y pinchaba papas de un vaso y tomaba el jugo espeso de color naranja pastel.
La imité y leí los carteles que había en el local:
“¿Sabía que la papaya tiene más vitamina C que un kilo de naranja y que previene enfermedades arteriales y distintos tipos de cáncer?”, “King papaya promueve el deporte y la buena alimentación”.
Dí un bocado al pancho, tragué e inmediatamente pinché las papas con el tenedor de plástico y las mojé en ketchup. Dí un trago del jugo de papaya que era extrañamente rico para bajar el sabor avinagrado del Ketchup. Me di cuenta de que no me gustaba mucho ese aderezo pero que me estaba obligando a creer que sí me gustaba.

Terminé la comida y ya estaba aburrido así que salí y tomé una foto con una cámara instantánea que había comprado en B&H, una tienda de electrónica gigante atendida por judíos ortodoxos en la que los pedidos viajaban por cintas corredizas por los techos.

Me sentí un poco idiota al sacar la foto, como si fuese ese personaje torpe de la novela Everything is Illuminited de Jonathan Safran Foer que si mal no me acuerdo es el mismo Jonathan Safran Foer.
Josh caminaba solo por la cuadra de enfrente. Pasó delante de mí y no me vio, por lo que me puse detrás de él y puse mi dedo detrás de su espalda como si fuese una pistola y le dije que eso era un asalto y se sorprendió mucho. Al darse vuelta estaba pálido y lucía con miedo. Yo me reí y me dijo que era un idiota.
Seguimos el día juntos.

Josh me contó que había estudiado cine en Escocia y que todo lo que había aprendido había sido en vano, que él quería hacer mierda experimental, eso era lo que a él le gustaba. Le dije que debería ir al IFC a ver mierda experimental o al PS2 en Queens o incluso al MOMA o al New Museum. Yo quería comprar un libro en el New Museum sobre la historia del ABC No Rio, una casa tomada que funcionaba como centro cultural desde hacía treinta años.

Josh me dijo que tenía pensado ir a todos lados porque pensaba quedarse mucho tiempo en Manhattan porque era su año sabático por haber terminado la universidad.
-Cuando pronuncias Manhattan pareciese que decís Manhunt.
-Mi acento es bastante escocés, pasé mucho tiempo allá. Es más cerrado que el inglés de Inglaterra, lo sé.
Josh lucía como una versión viva de Frankenstein. Era alto y tenía el cráneo rectangular y un corte de pelo similar al de Largo de la Familia Adams. Le faltaban los tornillos en el cuello y tener una voz más grave y lenta. En su frente tenía una cicatriz pero era minúscula, más cercana a la de Harry Potter que a la del monstruo de Mary Shelley. Sus brazos eran largos y los solía tener a sus costados, con lo hombros relajados, como si le pesaran y estuviesen rellenos de arena en vez de carne y huesos y venas y sangre. 

Siempre usaba un sobretodo azul que era muy largo porque el es muy alto.
-¿A dónde ibas?- le pregunté intrigado con sus actividades en la ciudad.
-Al Guggenheim, quería ver una muestra y comprar algo en la tienda de regalos.
En el Guggenheim había una muestra de un tal Maurizio Cattelan. Estaban todas sus obras. La muestra se llamaba All y consistía en todas sus esculturas colgadas del techo a diferentes alturas. La idea era subir al último piso del museo por el ascensor e ir bajando de a poco para ir viendo las obras desde diferentes ángulos y perspectivas. Una era una estatua de un nene que lucía como Adolf Hitler, otra era el cadáver de John F. Kennedy en un ataúd pero sin marcas de los disparos ejecutados por Lee Harvey Oswald, otra era un elefante disfrazado del Ku Klux Klan. Debajo de todo, en el suelo, estaba el Papa aplastado por un meteorito.

Con el precio de la entrada teníamos derecho a retirar un iPad con una video guía grabada por John Waters pero por alguna razón no lo aprovechamos. También con la entrada podíamos acceder a una muestra sobre Kandinsky y otra con obras de Roy Lichtenstein pero ninguna de las dos me interesaba y a Josh tampoco.
Entramos a la tienda y Josh compró unos papeles para hacer origamis que venían con indicaciones para hacer piezas para hacer un rompecabezas de origamis. Mientras recorríamos los muebles me dijo que su película favorita de Waters era Pink Flamingos. Yo le dije que la mía era Polyester porque actuaba Stiv Bator.

Al salir cruzamos al Central Park y escupimos en el lago Jacqueline Kennedy Onassis sin ninguna razón en especial. Pasamos por la puerta del Museo Metropolitano sin intención de ingresar en él y nos pusimos a levantar del suelo las chapitas redondas de colores con la M que te dan al ingresar. Las abrochamos al cuello de nuestras remeras. Yo tenía una amarilla y una rosa y Josh tenía una verde y una roja. Me gustaban más las suyas pero no dije nada.

No había una mierda que hacer entonces nos tomamos el subte para irnos lejos y terminamos en un lugar horrible llamado Roosvelt Island que es una isla que queda entre Manhattan y Queens y en la que antiguamente había una cárcel.
-Acá parece no haber nada- le dije a Josh decepcionado.
-No hay una mierda- respondió y comió la uña de uno de sus dedos que parecía un palito chino para comer comida china.

Caminamos por ahí y había escombros y un auto estacionado y unas viviendas sociales. Había un Duane Reade al que ingresamos para pasar un rato.
-Me perturba que vendan cerveza en lo que supuestamente es una farmacia- le dije a Josh.
-Sí, da asco. Esta sociedad está corrompida y enferma.
-Todo está corrompido y enfermo. Deberíamos morir todos. Si eso pasara, a los pocos años las plantas cubrirían la gran mayoría de las rutas y de los edificios; y los animales se reproducirían y se curaría la capa de ozono y el tiempo dejaría de existir porque no habría nadie que lo necesitara y tampoco habría nadie apurado ni nadie enojado ni nadie triste. Yo estoy enojado y a veces triste pero después se me pasa y después vuelve, pero siempre estoy enojado.
-Esta isla es una mierda, es el típico lugar que yo usaría como base de operaciones si fuese el líder de La Orden del Nuevo Mundo.
-Hablás mucho sobre la Orden del Nuevo Mundo ¿Cómo sé que no sos el lider de la Orden del Nuevo Mundo? ¿Cómo sé siquiera que ese grupo existe? Solamente lo mencionaste en ese deli kosher en el que la televisión estaba en un idioma que no entendía.
-Solo vas a ver que esa mierda es más real de lo que crees, está en todos lados. Todos formamos parte de un modo u otro, es como la sociedad, aunque no quieras, aunque vayas en contra, sos parte. Es imposible esconderse.
-¿Sabías que el inventor de la Cienciología era un escritor de ciencia ficción?- elegí un té frío sabiendo que era una mala elección porque decía ser orgánico y por lo tanto era obvio que no tenía edulcorante ni conservantes químicos, lo que significaba que no iba a tener sabor a nada. Así fue. Josh se compró una gaseosa horrible con sabor a vainilla y zarzaparrilla. A él le gustaba.

Miramos el puente de Queensboro y Manhattan y tomamos las bebidas en silencio. Volvimos al subte, era la estación más linda en la que había estado.
Una vez en Manhattan, Josh miró Google Maps en su celular y había varias cosas para visitar en esa isla y nos entristecimos porque supimos que era un lugar al que no íbamos a volver nunca más en nuestras vidas, a menos que volviesen a abrir la cárcel y cometiésemos un crimen y nos llevaran ahí.

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