lunes, 5 de julio de 2010

EL PRÓXIMO GRAN ENEMIGO DEL MUNDO

Iván: Filas interminables de pequeños féretros de vidrio que se reproducían infinitamente en las paredes espejadas.
En una de ellas, estaba mi hermanita. Incubándose hasta no se cuando. Algunas semanas o meses talvez.
Sofía.
Ya la quería y no la había visto.
Miré através del grueso vidrio todos esos bebés recién nacidos y tuve sentimientos encontrados.

Alegría por tener una hermanita, pensar en ser hermano mayor. La alegre sensación de que la gente sigue creyendo pese a las situaciones de mierda y adversidades, en la vida. Pese a lo que cuesta vivir la gente sigue trayendo vida al mundo.
Ver esos bebés, sin ser corrompidos todavía. Sin preocupaciones, sin dolor, sin angustia sin ser concientes de lo que es la maldad o la muerte. Sin saber nada en absoluto. Vírgenes.

Por otro lado pensé en lo egoísta que es el acto de concebir. Desde la propia voluntad de tener un hijo al que cuidar y criar y ver crecer, dos personas engendran uno sin saber si ese chico desea nacer, existir y sufrir.
Miré un buen rato las incubadoras, intentando adivinar en cual estaría mi nueva hermanita.

Vi a esos niños durmiendo y llorando por haber nacido, por tener su tranquilidad perturbada por el aire contaminado, la luz, asustados de su propia existencia y pensé: Un bebé que acaba de nacer puede ser el próximo gran enemigo del mundo.
Hitler, Stalin, Videla, fueron bebés. Tiernos bebés, mimados, cuidados, fotografiados, sonrientes. Sin maldad. Hasta que fueron concientes del poder de la idea, de la palabra.

Estaba cansado, ya ni sabía en lo que pensaba.

Mi papá me invitó a desayunar algo mientras su mujer descansaba en la habitación de la clínica.

Fuimos al bar del último piso del hospital. Tenía el techo de vidrio y dejaba ver unas negras nubes que se avecinaban con violencia. Las paredes, cubiertas de un empapelado Bordeaux berreta y una guarda dorada con dibujos aleatorios. La iluminación era cálida. Un lugar ambientado como los hoteles, casinos o aeropuertos. Para hacer sentir a uno como en casa o en viaje constante, en un lugar donde el tiempo no existe. Ambientado entre el mal gusto y la delicadeza. Con falsa finura.
Un jugo de pomelo y un tostado. Mi papá café.

Abrió La Nación, lo desplegó y abarcó todo el ancho de la mesa. Lo tapó por completo, ni sus canas podía ver, solo sus dedos sujetando los bordes del papel.
Tengo la teoría de que mi papá lee el diario para enterarse de las cosas malas que en ese día no le pasaron a él y conformarse y quedarse tranquilo de que podría estar peor.
No nos dijimos una palabra.

1 comentario:

  1. Si, no? Pobres bebes en las incubadoras, el único momento en el que son la inocencia misma.

    ResponderEliminar