sábado, 24 de julio de 2010

El billete de dos pesos

Alex: Paré en un quiosco a comprarle cigarrillos a Ramiro antes de llegar a su casa, me había pedido por mensaje de texto.
Aproveché y me compré un alfajor nuevo que había salido, compro todas las golosinas nuevas. Siento que si no las pruebo talvez me esté perdiendo de algo muy increíble.
Cuando el quiosquero me dio el vuelto me quedé mirando los billetes, no conté si me había dado bien o mal el vuelto. Me quedé hipnotizado mirando el billete de dos pesos de arriba de todo. Tenía una inscripción en azul, torcida y lavada. El billete era casi inútil, tan gastado que era suave, negro de haber pasado por tantas manos. Me quedé mirando el billete porque me pregunté si ese billete ya había pasado antes por mis manos. No recordaba el número de serie pero por alguna razón recordaba el billete.
Salí del lugar y volví a entrar antes de que la puerta de vidrio llena de calcomanías de marcas se cerrase porque dejé lo que había comprado en el mostrador.


Ramiro me abrazó, nunca nos habíamos abrazado. Creo. Pasé directo a su habitación, su perro me acompañó todo el trayecto saltando y ladrándome para que lo saludase. No lo hice.
Entramos a su habitación, era un chiquero. Estaba tomando Pepsi del pico de una botella de litro y medio de vidrio.
El perro se coló con nosotros y se puso frenéticamente a oler todo.
Su tacho de basura estaba en la mitad de la habitación, era de metal y estaba abollado. Rebalzaba de basura: latas de gaseosa, papeles y preservativos. Nunca ponía bolsita para la basura. La empleada tenía que juntar con las manos los forros llenos de semen.
Me desplomé en su cama y salió una nube de polvo como había pasado hacía tan solo unos días en el telo cuando Cinthia golpeó la frazada.
Nos pusimos a hacer música con uno de sus sintetizadores y bases de batería con un programa que tenia en su computadora.
Hicimos una improvisación desarticulada durante un buen rato hasta que nos cansamos del ruido y nos sinceramos con nosotros mismos, estábamos haciendo mierda. Por ser dos y con aparatos no éramos tan buenos como Suicide. No éramos tan buenos como nadie, no éramos buenos. No éramos nada.

Le pedí prestado un controlador midi para hacer la música de un cortometraje que estaba editando para la facultad. Nunca más se lo devolví, no llegué a dárselo. Más de una vez pensé en devolvérselo a su padre pero para el sería solamente un objeto y para mi tenía un gran valor, sentimental y también útil. Una de las octavas no andaba del todo, nunca la mandé a arreglar, quise conservarlo exactamente como me lo había dado mi amigo. Alterarlo sería pisotear su memoria de algún modo.

Después de tocar se puso a tomar de la botella de Pepsi que tapó mal y me la pasó sin preguntarme si quería pero acepté y le di un sorbo.
-Antes que el perro.- dijo Ramiro. No entendía de que hablaba.
-Dale, agarrala antes que el perro- repitió y me quedé mirándolo sin comprender.
¿Me haces el favor de agarrar la tapa antes de que el perro se la coma Alex?
La levanté y la ajuste a la botella de Pepsi de dos litros. No la limpié.
Ramiro me contó que estaba participando de varios concursos literarios con sus cuentos y que todavía no había tenido respuesta positiva de ninguno. Estaba un poco decepcionado. Le dije que no se desesperara, que creyera en sus textos. Pero era yo el que no creía en lo que le estaba diciendo.

1 comentario:

  1. Me gusta la manera en la que hablas del hurto, y como mezclás opiniones antagónicas entre devolverselo o no y ahí su mezcla con los sentimientos.

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