Necesitaba estar solo y caminar por
la ciudad. Llegué a lo que solía ser el CBGB´s, ahora era una tienda de ropa
muy cara a la que no quise entrar. Me sentí mal, algo había muerto. Me
preguntaba porqué el Chelsea Hotel sí era un lugar reconocido por la ciudad
como patrimonio histórico y ese bar no lo había sido. Pasé por el New Museum
pero no estaba con ánimo como para entrar.
Faltaba una semana para que fuese
el fin del mundo o algo así por lo que me propuse a aprovechar lo más que podía
la ciudad, porque por ahí mis últimos días de vida eran en ella y quería irme
del mundo lo más contento que pudiese.
Caminé hasta lo que era el C Squat,
pasé por el mural de Joe Strummer pero no me detuve porque nunca fui muy fan de
The Clash y di vueltas por una plaza que parecía peligrosa pero había muchos
juegos infantiles y muchos chicos jugando. El C Squat ahora era un museo
dedicado a la ocupación de espacios públicos o algo así.
Por suerte seguía colgando el
cartel que había visto tantas veces en fotos en Internet: “Esta tierra es
nuestra. No está a la venta”.
Parecía ser una tienda hipster del
SOHO, vendían remeras y bolsos y fanzines. Había un mostrador en el que había
varios voluntarios hablando entre ellos. Estaba muy lejos de lo que esperaba
encontrar pero el museo seguía hacia abajo donde había una muestra fotográfica
y un documental de una calidad técnica muy pobre filmado en VHS que se repetía
una y otra vez. Ahí abajo había un punk crust con un perro y un par de viejos
vestidos de traje que parecían haber sido squatters artistas que estaban en su
adultez y venían a recordar viejas épocas de cuando eran pobres o al menos, más
pobres.
Hacia al fondo había un salón
descuidado y oscuro atiborrado de gente. Era una conferencia que estaba dando
un ilustrador de la revista The New Yorker sobre sus días como okupa y sobre
como era toda esa zona en esa época, durante los años ochentas.
Extrañamente casi no había punks,
sino gente con sweaters con cuello de tortuga y cochecitos con bebés.
Una mujer regalaba bolsas con
pochoclo que acepté esperando que tuviesen ácido pero solamente tenían sal.
Apenas se podía ver o escuchar por
lo que me puse a ver unos afiches que había con ilustraciones de las personas
que habían vivido allí y sus historias narradas en primera persona. Eran todas
historias tristes e increíbles, admiré a cada una de las personas que leí. Uno
era un anciano (Había nacido en 1935) y en su juventud había convivido con
Allen Ginsberg y Jack Kerouac, lo que me pareció muy sorprendente y a la vez
triste. Triste porque me era un mundo ajeno y lejano.
Subí al infoshop y le pregunté a
uno de los voluntarios si había forma de visitar el resto del edificio y me
dijo que no, porque son viviendas, que el C Squat ya no funcionaba como centro
cultural, ya no se hacían recitales y la famosa rampa de skate estaba
desarmada.
Bajé hasta la Plaza Cultural y avancé por la Avenida C hasta llegar por puta
casualidad a la calle Rivington y toparme con el ABC NO RIO. Había unos punks
en la puerta y me acerqué para ver que pasaba. Había un recital, una de las famosas
hardcore matinees de los sábados. El encargado de cobrar la entrada era un
hombre que tenía un gorro de lana con un parche de GBH y una campera de
aviador. Se llamaba Miguel y que era de Honduras y que tenía una banda llamada
Tegucigalpa. Hacía frío en la calle pero a nadie parecía importarle. Una chica
con una cresta violeta intentaba hacer malabares con dos botellas de cerveza.
Caían al suelo y hacían un sonido amenazador pero no se quebraban. Otro chico
de cresta contaba sobre una pelea que había tenido en Long Island la noche
anterior y como dos policías lo revisaron sin encontrar ninguna droga porque él
no se drogaba.
Miguel me contó que el había venido
de Honduras en 1985 y que en ese entonces el Lower East Side y el Alphabet City
eran barrios peligrosos pero que a él no le quitaban el sueño porque en
Honduras todo era más complicado.
-Hubo veces en las que tuve que
bajar con un bate de béisbol porque vendedores de crack se querían meter en el
edificio. Nosotros siempre estuvimos en contra de esas cosas. Eran épocas
duras, vendían drogas en todos lados y todos los edificios estaban vacíos y los
ocupábamos y después nos mudábamos. Todos nos conocíamos y nadie tenía
pertenencias y había muchas bandas y muchos recitales. Después vino Gulliani y
simplemente movió el crimen de lugar, esas personas no dejaron de existir. Lo
único que logró es que la ciudad sea cada vez más imposible de pagar, imposible
de existir y que sus habitantes artistas se tuviesen que ir cada vez más lejos,
al igual que los criminales que encerró y echó.
Yo esperaba con frío a su lado a
que fuese la hora para que el recital comenzara. Los turistas pasaban por la
puerta y tomaban fotos y los punks posaban de manera agresiva y les pedían una
moneda.
Una chica bajó una escalera y le
preguntó a Miguel quien había sido el último en utilizar el baño, estaba tapado
y no se podía usar. Miguel dijo que probablemente había sido su culpa por haber
tirado un preservativo usado en el inodoro, que después se encargaría.
Miguel trabajaba como cocinero en
un restaurante.
-Trabajo en un lugar al que no
puedo ir como cliente, no me pagan lo suficiente como para poder comer ahí, es
al revés del fordismo lo que hacen. Lo bueno es que manejo mis horarios, ahora
trabajo solamente tres días a la semana pero doce horas cada vez.
Apareció un muchacho con una
campera de aviador y pantalones militares y borceguíes. Todos se quedaron en
silencio. Tenía la mejilla perforada y abierta del tamaño de una pelota de
tenis, se veían sus dientes y encías.
-Hoga- dijo.
-Son siete dólares- le dijo Miguel
sin mirarlo a los ojos.
El muchacho pagó y fue para adentro
del ABC No Rio.
-Ese muchacho esta bien loco. Hace
tres años que no aparece por acá, estuvo en Irak.
-¿Eso se lo hizo en Irak?
-No, su novia lo engañó y el la
descubrió en un recital en el Knitting Factory en Brooklyn. Ahí mismo se quiso
suicidar y le erró y quedó deformado. Cruzó el puente de Brooklyn así, como un
zombie, lleno de sangre. No tenía seguro médico y quería curárselo él mismo.
Finalmente la cara le cicatrizó y quedó deforme.
-¿Y por qué todos se callaron
cuando apareció?
-Porque estuvo en Irak, fue a
pelear a la guerra, nadie supo nada de él en tres años. No es un personaje muy
querido acá.
-¿Cómo es lo del seguro medico?
-Aquí sin seguro médico no existes.
Este es un país duro, no pienses que no. No todo es Time Square, Doctor Pepper
y HBO. Aquí las cosas cuestan mucho si no tienes dinero. Las propiedades en los
ochentas eran un regalo, ahora la gente vive cada vez más y más lejos, es
imposible afrontar los gastos de Manhattan. Es una trampa esta ciudad, la gente
la llama Manhunt porque te caza. Vives en Nueva York pero sos esclavo de Nueva
York en verdad. Es una ciudad glamorosa para los que tienen dinero, sino, es
como cualquier otro lugar. Ser pobre es lo mismo en cualquier lado. En los
ochentas aquí estaba todo abandonado, la policía no se animaba a entrar a estos
barrios. Ahora los turistas caminan con las cámaras de fotos colgadas al
cuello. La ciudad cambia, cambia muy rápido.
-Mierda- dije.
-Ven, vamos para adentro- me dijo
Miguel y eso hicimos, fuimos a un pasillo donde había una mesa con diferentes
flyers y fanzines gratuitos. Me quedé con una vieja copia de la revista Heart
Attack.
-Este wacko me preocupa aquí
dentro. Todos los que van a la guerra vuelven hechos unos harapos. La droga los
destroza.
La gente comenzó a ingresar para el
recital que estaba atrasado dos horas.
-Toman drogas sintéticas y vuelven
adictos. Cuando los gringos se emborrachan o se drogan, lo hacen en serio, y
ahí no hay como frenarlos, se brutalizan. Y después nosotros, los latinos somos
los responsables de la droga en este país. Sumado a todo ese caos está el de La Orden del Nuevo Mundo, no se
si te has enterado de eso.
-Sí.
-Es un desastre, nadie comprende lo
que sucede del todo con ese movimiento, ni como funciona ni lo que plantean.
Hay más gente involucrada de la que uno piensa. Personas de izquierda, de
derecha, ricos pobres. Es un movimiento que no distingue nada. Existe, es.
Un muchacho con expansores pasó por
el pasillo y escuchó nuestra charla.
-Mi mamá piensa que se va a acabar
el mundo, por eso me pagó todos los implantes dentales- dijo y se relamió los
dientes de juguete. Tenía expansores y una remera de Warzone gastada. También
una gorra de béisbol de los Cardinals. Siguió caminando hacia la salida para
fumar.
Ingresamos al salón y yo esperaba
que fuese un lugar semi demolido pero era un espacio muy bien iluminado y
pintado de blanco. Imaginé que así debería ser el limbo de los punks cuando
mueren de sobredosis o peleas o esas cosas que seguramente hacen los punks.
Había un puesto de galletas veganas
de calabaza y otras con chips de chocolate. Compré una de calabaza y era muy
rica. Sonaba hip hop y todos los punks cantaban las canciones de hip hop y me
resultó extraño y me pregunté donde mierda estaba.
Apareció la primera banda en
escena. Eran solamente dos. Un chico que tocaba el bajo y tenía una camisa escocesa
y parecía ser un integrante de Green River y un chico en guitarra que tenía una
camisa negra metida dentro del pantalón (un pantalón color marrón claro de
oficina) y que estaba peinado con raya al medio. Un nerd.
Encendieron un iPod en el que tenían
grabadas baterías y tocaron el grindcore más técnico del mundo, con mucha
influencia de math rock y post hardcore. Los temas duraban muy poco y eran
alucinantemente complejos.
Había un chico oriental con una
remera de Terrorizer. También había un chico con rasgos orientales que bailaba
como lo hacen los Straight Edge y se armó un circulo a su alrededor, tenía una remera
de Vegan Records y me asombró muchísimo.
Cuando la banda terminó le dije:
-Hey, tu remera es de un sello de
donde yo vengo.
-¡Guau! Me la trajo mi novia de un
viaje, mi nombre es Harrison.
-Ariel
-El es Jorge, tenemos una banda
juntos, él toca la guitarra y yo canto, nos llamamos XPASSAGEX.
Ellos estaban acompañados de otro
muchacho que tenía una campera de cuero con atrás un parche de una AK-47 con la
inscripción KILL YOUR LOCAL DRUG DEALER.
En un rincón se encontraba el
muchacho que había vuelto de Irak. Estaba sólo, apoyado contra la pared. Tenía
un babero en el cuello y bebía te helado que se le escapaba por su mejilla
perforada.
La siguiente banda era de New
jersey y hacían un hardcore muy aburrido al estilo de Chain of Strenght o
Bane. Los chicos bailaban y se
empujaban. Los punks crust se sumaron a la danza violenta y yo me quedé a un
costado, mirando toda la situación con cierto asombro.
Al terminar esa otra banda comenzó
una de Islandia. Hacían grindcore en su estado más puro. El guitarrista esgrimía
una guitarra Fender Jaguar, un instrumento no del todo bien visto para ese
género. Él lucía como un modelo de alguna marca famosa y cara, era alto y rubio
y estaba muy bien vestido. Su apariencia no tenía nada que ver con la música
demencial que ejecutaba.
Los chicos volvieron a bailar con
brutalidad, el recital fue extremadamente corto.
La chica de cresta violeta estaba
traspirada y su peinado se había desarmado.
Finalmente apareció la ex cantante
de Mùm, vestía un jardinero roto y estaba sin zapatillas. Enchufó un reverb y
un whammy a una guitarra acústica y a un mixer. Ella cantaba y movía las
perillas con los dedos de los pies para variar la sensibilidad de los efectos.
Los sonidos empezaron a yuxtaponerse hasta generar un clima tántrico.
Quedaban solo ocho personas en el
lugar para ese entonces.
Ya era de noche. Me quedé con
Harrison y Jorge y su otro amigo que nunca supe el nombre, en la calle, andando
en skate.
Me contaron historias sobre los
recitales hardcore en New York, sobre los diferentes estilos y actitudes entre
los barrios.
-En Bronx bailamos violento- contó
Jorge- en Queens son más flojos.
Nos quedamos patinando en la calle
hasta que ellos se volvieron para Bronx a festejar Nochebuena con sus familias.
Quedamos en contacto para ir a pasear otro día por la ciudad. Yo aproveché la
cercanía para ir a ver a John Zorn que se presentaba en su propio bar.
Era el segundo en la fila, en
verdad el quinto pero las cuatro primeras personas estaban juntas.
Hacía frío y a los pocos minutos un
hombre gordo salió a la calle y comenzó a cobrar las entradas.
-¡Veinte dólares en cambio por
favor!- gritaba una vez detrás de la otra.
Me senté en la primera fila.
Rápidamente el lugar se llenó.
A mi lado se encontraba un hombre
vestido de traje que me causó un malestar muy grande. Lo imaginé triste y solo,
pasando nochebuena en un concierto de avant garde porque no tenía mejores
planes, no porque desease realmente eso para su noche.
Había una pareja oriental del otro
lado que se tomaban de la mano y una mujer embarazada. Me pregunté si era
prudente que asistiese a un recital de esas características.
En mi mochila tenía un grabador
Zoom 4HN que encendí delicadamente para documentar el recital de manera ilegal
y clandestina.
John Zorn apareció en escena junto
a un clarinetista y otro saxofonista. Zorn escupía, la saliva impactaba en el
hombre de traje que parecía deprimido y sin ganas de estar ahí. Luego fue el
turno de dos guitarristas y una pianista que tocaba las cuerdas del piano de
cola con las manos.
Después vino Ikue Mori que fue
baterista del trío No Wave DNA. Tocó la batería de manera rudimentaria y un
guitarrista imitaba a Fred Frith pasando cordeles entre las cuerdas. El
clarinetista hacía ruidos agudos y con sonido a madera.
Después apareció en escena el
baterista de Yeah Yeah Yeahs que se dedicó a romper unos cartones y a
golpearlos con las manos y con palillos de batería. Mientras el hacía eso Ikue
Mori intentaba sacarle texturas a la batería y un guitarrista generaba paisajes
sonoros con su instrumento y unos cuantos pedales de efecto.
Finalmente Todos los músicos
aparecieron en escena y Zorn anunció que tenía dos invitados. Apareció Marc
Ribot y Thurston Moore. Thurston Moore era muy alto y tenía una camisa celeste
con un pin de no me acuerdo qué.
Sacó una Fender Jazzmaster llena de
stickers y la conectó a un amplificador Peavy. Entre ambos equipos había un
Whammy y una distorsión Pro Co Rat y un Delay de Line 6.
La guitarra por alguna razón no
andaba y tuvo que buscar otros cables y tampoco andaban entonces cambió de
amplificador a un Fender Hot Rod. El rey de la guitarra ruidosa no podía
enchufar las cosas y nada le andaba y fue muy gracioso.
Ribot tenía una Epiphone Casino, un
trémolo y un reverb y los enchufo a un Roland Jazz Chorus y no tuvo problemas.
Al terminar el recital me acerqué a
Moore y le pregunté si podía tomarle una foto y me dijo que sí. Me fui contento
a Pret a Manger a festejar el día tomando una sopa de fideos y pollo.
Volví al hostel en subte y escuché
la grabación del recital. Se escuchaba perfecto pero sabía que nunca la iba a
escuchar porque era un recital para ver. Pero como recuerdo me parecía
interesante.
Volvió a mi mente el hombre de
traje que parecía no querer estar en el recital de John Zorn. Me pregunté si
formaba parte de La Orden. Intuí
que estaba ahí para controlarme, como una señal que me dijese: “Sabemos donde
estás”.
Me aterré pero después me olvidé y
después me volví a acordar cuando anunciaron por parlantes que el subte se
detendría por un inexplicable corte de luz en todas las estaciones. Eran ellos,
era obvio.
Salí a la calle y la ciudad parecía
otra, una verdadera ciudad-trampa. La gente se encontraba en las veredas,
charlaban y fumaban. Alumbraban con unas linternas de led muy poderosas. Nadie
usaba velas y eso me asombró.
Hacía frío para estar en la calle.
Ingresé al hostel y esperé a que
mis ojos se acostumbraran a la oscuridad para subir las escaleras. Los peldaños
crujían como si fuesen los motores preparados de las motos de los Hells Angels.