Se apareció al rato un señor de anteojos, pelado y muy alto, parecía que iba a hablar pero no lo hacía, amagaba nomás. Al rato pudo.
-D-d-disculpe.
Tom no lo escuchó ni lo vio, siguió pintando y tomando vino.
-D-d-disculpe.
Lo intentó una tercera vez, con un poco más de ímpetu, Tom lo escuchó.
-Diga.- dijo el negro desde arriba dándose un leve descanso y secando el sudor de su pelada.
-Las tejas de mi techo están bastante mal y, y, me gustaría que usted venga a arreglarlas si tiene tiempo.
-Sí, cobro por hora.- dijo Tom aprovechándose de la ingenuidad de aquel blanquito tembloroso.
-¿Está bien, podría venir mañana?
-A primera hora, anóteme su dirección y déjela debajo de aquella maseta.
Nuevamente una teja cayó del techo y nuevamente Tom tuvo la suerte de que no lastimase a nadie, pero asustó a una anciana.
-¿Por qué no se fija lo que hace muchachito?- dijo la vieja de mierda.
-Disculpe señora, disculpe.- dijo Tom sin ganas de discutir.
-Sí, disculpe pero casi me partís la cabeza ¿Tiene permiso para hacer ese trabajo?
-¿Se va a poner en policía señora?
-No jovencito, no en policía pero es un peligro lo que hace ¿Tiene permiso o no?
-Sí, del dueño.
-No, no. No me tome por tonta, del gobierno.
-Señora, estoy laburando, no le estoy afanando a nadie ¿no me rompa quiere?
-Habría que devolverlos a África.- dijo la anciana bien, bien por lo bajo, sin agallas.
Tom pateó otra teja que cayó nuevamente cerca del vejestorio. Si seguía a este ritmo se iba a quedar sin tejas para reemplazar.
El sol estaba descendiendo pero Tom no, seguía allí firme perdiendo bastante tiempo. Le gustaba la altura, se sentía invulnerable, Dios. Escuchando desde arriba a la gente, y cada tanto bajando para comprar un vino.
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