jueves, 2 de julio de 2009

Otra tarde más en La Giralda

Al incluir situaciones que pasaron realmente, decidí cambiar los nombres de os personajes.

Otra tarde más en La Giralda


El pelotudo del clima parece divertirse, veinticuatro grados y yo con campera. Con campera y por su culpa eh.

Estaba bajando la escalera de la oficina, un cuartito sin aire para el verano ni estufa para el invierno. El ascensor era muy viejo y no andaba.

Era ya de noche y la gente entraba y salía de los bancos y los bares. Los cartoneros si trabajaban y los vendedores de la Hecho en Buenos Aires te apretaban para que se la compres.

En las quince cuadras que tengo desde Maipú y Diagonal Norte hasta La Giralda me reparten nueve volantes de servicio de acompañante. Putas. No iba a caer en la trampa. Se sabe que vas a esos lugares y no te dejan salir hasta que le invites un trago de cien o mas pesos a alguna de las chicas. La que vos quieras o la que no este laburando a otro.

Lo vi en la tele, lo comentaba uno de esos periodistas que se creen estar haciendo algo así como “periodismo aventura”. Notas novedosas en las que el televidente siente vivirlas en carne propia. Tele basura. No me jodería trabajar en eso pero asumiendo que es amarillo, tanto como Rial o como filmar la muerte de Rodrigo.

No dudo en entrar a La Giralda, solo cambiaría ese lugar por El Tortoni, al que nunca fui o el Gato Negro que me deprime un poco mas.

Me siento en cualquier mesa y el mozo me saluda, le pido un chocolate espeso con dos churros, esta caro.

Recuerdo cuando hace unos años venía religiosamente todos los viernes con una amiga. Primero almorzábamos pizza en Guerrín, recorríamos el centro en busca de libros y discos baratos, visitábamos una disquería en la que nunca comprábamos nada pero charlábamos durante horas con el que atendía y después si, La Giralda.

El mozo trajo mi pedido y vio que estaba escribiendo. Me preguntó que es lo que anotaba tan apresuradamente.

Escribo- le respondí medio cortante. Escribo rápido porque pienso mas deprisa de lo que anota mi puño.

¿Puedo leer?-me preguntó sin vergüenza.

Le di el cuaderno tímidamente e hizo una mueca de repudio.

No vas a llegar a mucho con estas cosas-predijo con un enojo disimulado.

No había confianza para ese comentario. Me devolvió el cuaderno.

Ya se-le respondí desinteresado.

Su comentario no me ofendió, tan solo me pareció desubicado. Tenía razón de hecho, no iba a llegar a nada. Escribía para mi, trabajaba en una ONG.

Sobre prostitutas embarazadas y gordos con síndrome de down y otros poderes. Esas taradeces escribía, tienen más onda para un comic pero no se dibujar. En verdad tampoco se escribir.

El mozo preguntó por mi amiga; no la veía hace más de medio año. Tiene una banda y viajó por Europa y Chile y firmó con un sello de Detroit. Yo sigo simplemente viniendo a La Giralda. No cambió nada, empecé la facultad y estoy por terminarla, eso.

Seguí escribiendo, cuando me di cuenta el chocolate ya estaba helado y con nata. Ahí se fueron los doce pesos que me quedaban para el resto de la semana. Mierda.

El ruido de la máquina de espresso ya no me desconcentraba, la había borrado de mi lista mental de sonidos molestos. Era peor el timbre de voz de una compañera del secundario que estaba medio loca y la calmaban los padres con rivotril sin recetar. Sus abuelos y los míos se conocían de sus días antes de la Guerra en Polonia.

Me pregunté hace cuanto estarían las botellas de Criadores en las vitrinas del bar, estaban limpias. Me parecía ridículo que las tengan ahí, en exposición al pedo, tenían que limpiar el estante cada tanto para demostrar falsa finura. La Giralda: pulcritud ante todo, excepto en el baño.

Había una gorda con remera de Patti Smith y con un walkman, hace mucho que no veía uno. Me miró y la esquive. Me recordó a mi amiga con la que solía venir a La Giralda, no por lo gorda, porque le gustaba Patti Smith.

También había dos turistas vestidas como turistas, no tuve que escucharlas hablar para saberlo. Cuando lo hicieron me lo confirmaron.

Levanté la vista de la hoja y vi a Jerónimo con su novia gorda, gordísima y fea.
Jerónimo era un pibe extraño que iba a mi colegio. Lo echaron por fumar en un aula y que el humo entre por el conducto de ventilación y se esparza por el resto de los cursos. Algunos dicen que fue porro, otro cigarrillos comprados y otros que armados por él, incluso se dijo que un habano se había fumado. No se con cual tipo de cigarro lo hizo pero pasó de verdad aunque yo me enteré bastante tiempo después cuando noté que su presencia siniestra no merodeaba desde hace rato por los pasillos de la escuela judía.

Tocaba muy bien el piano, amante, o eso presumía, del noise japonés.

Era superdotado, sintetizó THC en un gotero y le ponía a sus comidas. Vivía loco, o por las drogas o por su personalidad esquizoide.

En un viaje a Israel tomó pepa pensando que eran la mitad de fuertes que acá, pero eran el doble. Grave error. Tuvo un ataque en el Mar Muerto, pensó que lo perseguían los nazis.
Hacía altas movidas, una vez unos dealers grosos le pincharon la línea porque se enteraron que iba a mover diez mil pesos de alguna droga, no se de cual. Entraron a la casa y se lo llevaron a el y al padre. En el piso de arriba un chico se quedó drogándose y jugando a la play mientras la novia de Jerónimo le chupaba la pija.

Los cagaron a piñas y no se que más. El padre siempre pensó que fue un secuestro y no que el hijo estaba re jugado y que vendía drogas. Es famoso por eso, Jerónimo.

El resto de los personajes que hubo ese día en La Giralda no tienen relevancia.

Una vez estaba con mi amiga y un chico de rulos y corbata se nos acercó y nos pregunto si estábamos “tramando algo”. No se que quiso decir con eso, si algo respecto a drogas, sexo, secuestro o que; pero me asustó. Le dijimos que no. Nos respondió que tendríamos que tramar algo, que nos íbamos a volver a cruzar y que teníamos que tener algo tramado para ese entonces. Nunca mas lo vi, tenía una cara familiar. Creo que iba a al primario con mi hermana, o no.

El tiempo no pasaba, tenía que estar a eso de las ocho en lo de mi tía por Villa crespo y no quería llegar temprano. Eran las siete y cuarto hacía como cuarenta minutos.

Entró un chico a vender cosas, no tuvo mucho éxito. Recorrió tres o cuatro mesas y se fue, o lo echaron disimuladamente.

La chica de remera de Patti Smith pidió la cuenta, esta vez no me acosó con la mirada. Observé nuevamente a la calle y vi un oriental con una remera de Sonic Youth. No me impresionó.

El marco de la puerta del bar me tapaba parte de un cartel de la vereda de enfrente y me hacía leer orgía, corrí un poco la cabeza para ver la totalidad del anuncio y vi que decía Borgia. Perdí el interés.

3 comentarios:

  1. "Eran las siete y cuarto hacía como cuarenta minutos."

    jaja genial.

    esta muy bueno..
    es interesante esa secuencia del tal German, por ahi te sirve para otro cuento :)

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  2. Debería cambiar el nombre del personaje..porque onda..pasó posta eso. hahah gracias!

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  3. si mira si ahora te van a buscarrr
    mentira
    es lo mas ese cuento dedicamelo en el libro EH

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