sábado, 18 de julio de 2009

Libro perdido, encontrado (parte III)

El cuaderno quedó olvidado entre la caja registradora y las bolsitas de papel durante varias semanas, pudriéndose cada día más. Al recordarlo, me enredó una culpa extraña, como si le debiese algo a alguien, al vago o al dueño del cuaderno, a mi mismo o tal vez al cuaderno. Decidí llevármelo a casa para que no se siga arruinando.
Quedó a salvo de la humedad, pero no del polvo y roña de mi hogar dulce hogar. Lo cajonee varias semanas más, ya no me causaba tanta curiosidad. El entusiasmo inicial quedó sepultado por otras actividades y problemas. Por ejemplo que me iban a cortar el gas, mi único placer era darme una buena ducha caliente cuando llegaba de trabajar. No tenía televisión por cable, me aburría y tampoco teléfono. Triste pero cierto, no tenía quien me llame. Mi única compañía era mi gato sin nombre. Lo encontré un día volviendo del trabajo empapado por la lluvia. No le puse nombre porque no era mío, tan solo vivía en mi casa. Tenía suerte de que no le hacía compartir los gastos.

Un franco, creo que era un martes, no me tomaba uno hace bastante, decidí quedarme tomando té y mirando por la ventana, con la radio prendida pero sin sintonizar ninguna frecuencia. Los francos me los tomaba cuando quería mientras que no fuese de jueves a domingo. O sea, mis opciones no eran muchas, pero sonaba democrático pensar que me los tomaba cuando quería. A mi jefe, el dueño del puesto y de la franquicia y de todo lo veía todos los lunes, a menos que me tome franco ese día, je.

Cuando busque una cuchara para revolver el azúcar estancada en mi taza, me re encontré con el viejo cuaderno de tapa azul, algunas partes estaban verdosas e incluso amarillentas y un costado estaba arrancado. Estaba atado con un piolín de pizza, tanto vertical como horizontalmente. Olía a fugazetta. Lo desaté y lo tiré sobre la mesa, me quedé observándolo con sospecha ¿Alguien lo estaría buscando desesperadamente?

Lo abrí desde el final, tengo esa costumbre, no se si por mi peritaje judío de leer a la inversa o por la ansiedad de adelantarme al final de los libros. Deslicé mi dedo y dejé correr las páginas a velocidad, esforzando la vista para captar algo de cada una de ellas.

Había fotos adentro, algunas abrochadas, otras sueltas, papeles, algunos abrochados y otros sueltos, páginas arrancadas y vueltas a enganchar en el espiral sin demasiado éxito.

No hay comentarios:

Publicar un comentario