miércoles, 8 de julio de 2009

Libro perdido, encontrado (Parte I)

Trabajé diez años en la misma esquina vendiendo garrapiñadas antes de poder dedicarme a lo que estudié durante tantos años. Vendía de maní, de almendra, de castaña. Sólo eso, gaseosas, a otro lado. Estaba estático demasiadas horas por día, desde que aparecía el primer peatón hasta que desaparecía el último. No tenía la suerte de que todos comprasen.

Amanecía antes que la ciudad y me dormía después que ella. Tenía mis seis baldosas de espacio en una esquina en la que convergían dos avenidas. Bien céntrico. Estaba ahí pero no era visto, las mujeres pasaban en zapatillas, y sus zapatos de tacos eran guardados en sus bolsos. Practicidad, se los ponían al llegar a la oficina.

Mi carrito, mi bunker. Me separaba del caos y velocidad que me rodeaba. Estaba en mi mundo y con mi ritmo. Mi carro era mi ventana por la que veía al exterior, que me tomaba por un ente invisible y prescindible. Parte del paisaje de neón y cemento. Desde mi maltratada silla todo parecía ir en cámara rápida pero mis horas pasaban mas bien lentas.

Era una jungla vestida de traje, nadie se miraba, avanzaban y se detenían al son de los semáforos. Gente y autos, bicis. El barrio, las cuadras, la gente, era igual todos los días pero a la vez muy diferente. Tenía el lujo de ver evolucionar a las construcciones cercanas. Ver las barbas crecer, las veredas ensuciarse y a los homeless morir de frío o angustia.

Llegar y ver ese desierto pavimentado era interesante. Te hacía sentir minúsculo. Cuando la gente dormía y la ciudad era tan sólo mía casi podía oir el latido de mi propio corazón. Me acompañaba la poca luz del sol y algún barrendero que eligió ese trabajo por voluntad propia para que no le pregunten. Para ocultarse de algo.

A pocos pasos de mi puesto había una alcantarilla, todos los días un vagabundo, también invisible, tiraba un hilo de nylon con un complejo sistema de nudos y ganchos y rescataba tesoros perdidos de entre el agua podrida.

Sus tesoros generalmente no eran más que un par de monedas, algún billete, documentos, incluso celulares, dentaduras y montones de papeles y latas. Nada realmente importante. Pero si para el. Eran sus juguetes, los que no pudo tener de chico.

No hay comentarios:

Publicar un comentario