lunes, 3 de septiembre de 2012

Un círculo perfecto (Parte II)


II

Escucho las quejas de las gotas del gas, la espuma blanca luce violeta por la luz negra del bar. Doy un trago, es amarga, más de lo que esperaba. Es importada.
Esquivel mete la mano en la canastita de pochochos, maníes y palitos; están todos mezclados. No discrimina, no elije, mete la mano.
“Elegir es de puto, el macho agarra, da igual lo que toque”, me dice, imponiendo principios. No le respondo, doy otro trago, lo sufro.
La rocola escupe una canción de Oscar Alemán, interpretada por él, no es de él. No sé de quien es.
“Que pibe más boludo este Medina eh, para mí no va a durar una semana”, dice Esquivel, y el cadáver queda sobre la mesa; es cuestión de comenzar a desmembrarlo.
“Ya trabaja hace cuatro meses”, digo, sin querer defenderlo, solamente ubicando la charla en un plano real.
“Me da igual, es un pelotudo. Alto, con cara de miedo, incompetente.  Para mí tiene algún retraso”. Da un trago al vaso de cerveza, y mete de nuevo la mano, roñosa, en el canasto de frituras. Hace ruido, araña el mimbre, clava sus uñas, se lleva la mano a la boca. Mastica con ruido, sin cuidado. Da otro sorbo. Yo lo observo. Doy un trago a la cerveza, limpio la espuma de mi boca y barba. Seco mi mano. Opino.
“Hay que darle tiempo, es nuevo. Es terrible la necesidad que tenemos de hacer pagar derecho de piso”, respondo. Me incluyo en su maldad, colaboro, para no discutir. “La necesidad que tenemos”, pienso, “La necesidad que tenemos de encasillar en cualquier ambiente. Encontrar un enemigo, un aliado, una mujer que nos interese, alguien a quien criticar. Cada ámbito, por más minúsculo que sea, es una representación de una totalidad impuesta”. No se lo digo a Esquivel, lo pienso nomás, en cambio le respondo: “Me chupa un huevo, no lo conozco. Ni me enoja ni me da pena. Vamos a jugar un billar”.
Todas las mesas están ocupadas, ahí ya encuentro enemigos. Vanesa toma fernet con amigas, ella resalta. Ahí encuentro el amor.

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