miércoles, 29 de agosto de 2012

Un círculo perfecto (Parte I)


I
Un círculo perfecto, marrón, húmedo, se superpone a otro círculo perfecto, marrón, seco. Una taza se apoya, sale humo de ella. Alguien tose. Levanta la taza, de cerámica, con una frase escrita en ella, con el asa rota. Un tercer circulo, perfecto, marrón, húmedo, se yuxtapone a los otros dos en la madera del escritorio de roble.
-Medina, la puta madre, le dije que apoyara la taza en una servilleta, un mantel, sobre algo. Va a marcar toda la madera y no sale ¿En su casa hace lo mismo Medina?- le grita Acevedo.
Medina, con torpeza, en un nervioso reflejo levanta la taza y vuelca gran parte del café en su camisa. Su camisa es blanca.
-Medina, Medina ¿Se encuentra bien? ¿Se quemó?- pregunta Acevedo.
Medina no responde. Cintia sonríe y mira con complicidad a Vanesa que le devuelve la mirada y otra sonrisa a través de la mampara transparente, se muerde el labio.
Medina, tan alto y callado, torpe. El típico hombre que desea ser invisible. La camisa, mal abrochada, con el cuello torcido, los zapatos sin lustrar, el pelo finito. Años después lo tendrá blanco, grueso; y lo llevará largo, por los hombros. Tendrá una incipiente calvicie en la coronilla que tapará con sombreros que comprará en La Capital, como los que usan los sheriff en las películas.
Escondo mi taza detrás de mí, para que Acevedo no la vea. Me sonríe y levanta su mano. Agacho la cabeza y la vuelvo a levantar, adorándolo, saludándolo.
Medina va al baño, deja la puerta abierta. Lo miro observarse en el espejo y baja la vista, avergonzado. Refriega la camisa con agua caliente y jabón. La mancha de café, lejos de desaparecer, empeora. Continúa el día con el saco puesto.

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