miércoles, 29 de diciembre de 2010

Epecuén (Parte II)

Las dos ventanillas de adelante estaban bajas en su totalidad, las de atrás, levemente, más por considerar torpe al nene que por cuidadosos. El sonido hidráulico de los frenos de los colectivos y el chirrido de las improvisadas ruedas de los carros de los cartoneros no dejaban que se entendieran las pelotudeces que decía el conductor del programa de radio.

Martín miraba y saludaba con una mano, la otra la tenía en su boca. Apretaba sus dientes, que apenas se asomaban, hacia adentro como si así evitara crecer y tener que operarse y dejar de ser él y convertirse en “una persona normal” o en un cuerpo empotrado en una silla en caso de que la cosa no saliese como debería.

Apagó el aparato y chistó, prendió un cigarrillo y al sacar el brazo por la ventana para compartir su ceniza con el mundo, un colectivo casi se lo desmiembra. El susto hizo que perdiera el control del auto por un momento.
-Tené cuidado ¿Querés?- Alertó ella.
-No me rompas las pelotas.- y dio una calada al cigarrillo, en vano porque se había apagado

El viaje siguió en silencio, sin radio, sin dialogo, con ruido externo que no podían controlar. Martín seguía saludando con el mismo entusiasmo que tenía al subirse al auto. Algunos le respondían con una sonrisa o con espásticos movimientos de muñeca, algunos no.

No podían atravesar la Nueve de julio por una marcha que ignoraban quien la encabezaba pero que seguramente no tendrían razón de ser, llevada a cabo por “zurdos”, vagos que no quieren laburar pero sí vivir del Estado.

Volvete al once, volvete al ghetto judío de mierda- se escuchó que alguien gritó a un judío desde lejos. Él asentía y ella negaba, con la cabeza. Pero no dijeron una palabra, siguieron en silencio.

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