martes, 19 de octubre de 2010

Primera página

…y se acomodó delante de él, empujando. No le dijo nada porque estaba embarazada, parecía que para ella era importante salir primera. El ambiente estaba enviciado por el olor humano, las puertas se abrieron haciendo un ruido silencioso, casi imperceptible y el frío era diferente, opaco. Bajó del tren antes de que el resto de los pasajeros lo llevara por delante y dejó atrás la mugre y hedor del incómodo vagón.

Un cartel gigante, sucio, olvidado, decía Retiro. Tardó en salir de la frondosa estación llena de oscuridad y palomas y personajes extraños para toparse con gitanas que pedían monedas, taxis que cruzaban en rojo sin mirar a los peatones, senegaleses que vendían joyas falsas, una hermosa plaza iluminada pero insegura y por encima de todo, la luna, con su cara de foca.

Caminó sin rumbo alguno, respirando otro aire, más oscuro y putrefacto que el de su pueblo.
Se perdió por las diagonales y dio vueltas hasta llegar más de una vez al punto de partida. Desesperado, transpirado y con la espalda rota por el bolso, siguió arrastrándose. Invisible ante los porteños, bien vestidos, perfumados, prolijos. Y él, sudado y agotado, perdido y desorientado, caminando solo en búsqueda de un lugar donde caer muerto.

Las palomas acompañaban su travesía pero siempre era una diferente la que se aparecía en el camino. Pensó en que cada vez que terminaba una relación con una chica, una paloma muerta se le aparecía en la calle al poco tiempo después. Recordó cuando su madre enfermó de cáncer hace unos años, el día que le iban a avisar si lo que tenía era un tumor benigno o maligno, fue a caminar a una plaza, una paloma muerta cayó sobre sus pies, el cáncer era nocivo y tuvo que tomar remedios oncológicos.

Lo positivo, pensó, era que esas palomas que lo acompañaban en su primera caminata por Buenos Aires, muertas no estaban. Sólo se aparecían a lo largo del camino, como las señales de transito en una ruta.
Las veredas resbalaban por la lluvia que ya había pasado y que él no había presenciado, pero sí sentía. El aire estaba ligero y sus pasos tenían que ser cuidadosos y densos para no caer y humillarse solito.

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