miércoles, 16 de junio de 2010

Un nene golpeaba hojas e hizo darme cuenta que estoy vivo

El otro día iba al trabajo, estaba llegando muy tarde pero como estaba con zapatos no me apuré, total, tarde ya estaba.
Esas cuadras son eternas y aburridas y monótonas y ruidosas. Hay demasiados edificios en construcción.

Es un barrio raro, hay una fábrica de escaleras caracol, un local que venden resortes, una mueblería destruida, outlets de marcas caras, un local que venden juegos de rol y soldaditos de plomo, también está la fábrica de soda Cimes y una funeraria judía donde velaron a mi abuela hace tan sólo una semana. Tenemos también la vía detrás y calles raras, diagonales, edificios tomados y paredes pintadas con graffitis, un galpón de mateos y varios más en los que guardan figuras gigantes de fibra de vidrio.

Cuando llegué a Juan B. Justo vi a un nene en la esquina, estaba acompañado de la mujer que lo cuidaba.
Ya era otoño y el suelo estaba lleno lleno de hojas. El semáforo tarda mucho en cambiar y me quedé mirándolo.
El nene jugaba con las hojas, las golpeaba con una rama y pateaba y disfrutaba el ruido y el lío. Se divertía con nada, se preocupaba de nada.
Me llenó de alegría y de nostalgia y me dejó más descolocado aún.

¿Cuándo había crecido? ¿Cuándo había sido la última vez que había jugado entre las hojas, sin juguete alguno? ¿Cuándo había sido la última vez que no había pensado en nada’ ¿Cuándo había sido la última vez que me había sentido feliz?
Aquel nenito golpeaba las hojas con viveza, disfrutaba cada saltito, movimiento de la rama y ruidito de las hojas que crujían.
No me di cuenta cuando dejé de ser un nenito, en verdad no me di cuenta. Recién ahí se me hizo tangible el paso del tiempo y el cambio en mí, en mis preocupaciones, en todo.

El semáforo cambió y seguí mi camino y el nene quedó atrás y feliz, golpeando sus hojas y las preguntas quedaron sin ser respondidas.
Aquel nene me recordó que estoy vivo. Cuanta falta me hacía.

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