El micro llegó con un poco de retraso que no le molestó. Al estacionar, el micro hizo un ruido como si se desinflara. La gente comenzó a pararse, a agarrar sus cosas, a empujarse con la ansiedad que les generaba llegar a destino.
Ramiro seguía sentado en el fondo, sólo, junto a la puerta del baño y a la maquina expendedora de café y jugo que expendía nada excepto aire.
La gente agarraba sus cosas de los compartimientos y dejaba un largo camino de mugre y migas. Iván seguía al fondo, prendido a su reproductor de mp3 escuchando cualquier cosa y mirando por la ventana con nostalgia. Nostalgia y miedo. Miedo e incertidumbre. Incertidumbre y soledad. Soledad y desesperación. Desesperación que manejaba con mucha calma.
El chofer tuvo que gritarle algo inentendible para que se dignase a bajar. Lo hizo lentamente. Caminó el pasillo del micro lentamente, era largo y angosto y apenas cabía en él por su altura, casi rozaba el techo.
El micro olía a algo inexplicable, a algo feo. Entre mierda con desodorante de ambiente barato, comida dañina, alfombra vieja y suciedad
La escalera era tan empinada que tuvo que agarrarse de las barandas para no irse de boca al piso.
Hacía mucho frío, la gente seguía amontonada a la espera de sus bolsos. Metió la mano en el bolsillo de su canguro medio desesperado. En uno de los bolsillos tenia el reproductor de mp3 y en el otro el puto numerito con el que debía reclamar su equipaje,
Hizo la desorganizada fila prendido a su reproductor de mp3. Le dieron su bolso, le temblaban las manos.
Dio unos pasos desconcertado sobre hacia donde tenía que ir, sobre que iba a hacer, que iba a decir.
Le temblaba todo el cuerpo. Dejó el bolso tirado en el suelo. Buscó el baño de hombres.
Se miró una última vez al espejo y no se reconoció. Ahí recién entendió que estaba jodido.
Se encerró en el baño, lloró, no de tristeza, no de miedo, de bronca.
Mucha bronca porque no sentía merecer eso. Pensó en sus amigos, en los libros que no publicó, en Cinthia. Pensó en el pobre nene, en la pobre madre, en su familia, en todos. En él. En lo angustiado que se sentía, en lo débil. En que nunca pudo tener una banda, nunca pudo tener nada y fue su culpa. Era solo su responsabilidad y esmero lo que necesitaba para hacer las cosas.
Tomo toda la keta que tenía en el bolsillo de su camisa, toda.
Mientras se dejaba morir, sentado en un inodoro sucio de la estación de micros de algún lugar del sur, pensó:
Nunca fui el amor de la vida de nadie.
Fin.
No hay comentarios:
Publicar un comentario