Subió la dura y empinada escalera arrastrando la valija por los peldaños, al subir corroboró que su equipaje estaba destruido. El lugar estaba en completa oscuridad, no sabía por donde comenzar a buscar el interruptor de la luz. Se chocó con lo que parecían ser bicicletas y luego con lo que sintió en sus rodillas como un taburete.
El ruido hizo que alguien se levantara y prendiera la luz.
Una chica morocha, bastante alta se apareció vestida con unos cortos shorts amarillos y una remera de manga larga negra gastada, llevaba una estampa tan lavada que apenas se entendía que era el rostro de un anciano.
Él no pudo comprender el color de sus ojos porque los tenía muy cerrados, como un topo. La luz se los estaba haciendo arder a ambos, de todos modos se quedaron un rato observándose en silencio. Podría haberla violado si hubiese querido, pero claramente él no era eso. Le resultó extraño que dejaran la puerta del hostel abierta, podía entrar cualquiera, como había hecho él. Pero él no era cualquiera, era un huésped, pero ella no sabía quien era, era un cualquiera todavía. Podría haber robado el hostel, abusado de ella y seguir siendo un cualquiera, pero prefirió ser él. Comenzar siendo él en Buenos Aires.
-¿Quién sos?- preguntó.
-Marin- respondió y dejó de ser un cualquiera.
-¿Quién?- volvió a preguntar y se acercó unos pocos pasos, como entrando en confianza.
-Marin, reservé una habitación acá, creo.
-Una cama, las habitaciones son compartidas. Según tu reserva pediste un lugar en una habitación de ocho personas.
Un lugar- pensó- estaba pagando por un lugar.
-El check in era hasta las nueve de la noche, son las doce pero no te voy a dejar en la calle.
-Gracias.- dijo Marín, mirándose los gastados borceguíes azules, prestados.- Marin- volvió a decir.
-Sí, sí escuché. Te tengo que cobrar un punitorio por llegar luego del check-in.
-Está bien- dije y sacó de su mochila el bolso con su documentación y dinero.
-Aga- dijo y sacó de debajo del mostrador una sábana y una frazada. No le cobró.
-¿Aga?
-Es mi nombre- respondió seca- podés dejar tus valijas acá para no despertar a los demás huéspedes. Tu habitación es la ocho.- Le dio la llave, que estaba atada a un piolín y a una chapita pintada de azul con esmalte sintético y un ocho pintado torpemente con corrector blanco.
-Gracias- dijo Marín desconcertado pero no escuchó porque ya había vuelto a su habitación, al fondo de un largo y oscuro pasillo. Regresó y apagó la luz.
Nuevamente abrazó la oscuridad e intentó sumergirse sin hacer ruido en la habitación llena de desconocidos, pero la suela mojada de sus borceguíes delataba su presencia.
Marín se dio cuenta de que Aga no le había indicado cual era su cama pero por fortuna la primera que pudo ver cuando la vista se le acostumbró a la oscuridad, estaba vacía.
Se tapó como pudo con la sábana y frazada e intentó dormir vestido. Una angustia comenzó a perforarlo desde adentro hacia fuera. Una especie de pánico. Una sensación de encierro y soledad. Asfixia y claustrofobia, de estar a oscuras, recostado en una cama de cualquier lugar de Buenos Aires, solo.
Marín se puso a pensar que nunca fue de tener muchos amigos. Podía pasarse días enteros sin hablar con nadie pero nunca se había sentido solo hasta ese momento, en que estaba lejos de todo y todo lo que lo rodeaba era ajeno y distante. Estaba lejos de todo lo que yo conocía y dominaba. Le emocionaba la idea de comenzar de nuevo en otro lugar pero a la vez empezar era enfrentarse a lo desconocido, sentirse desestabilizado y vulnerable ante cualquier situación.
Pudo visualizar a la luna, lejos, entrando por la ventana e iluminando miserablemente el ambiente que no comprendía.
Los ronquidos de sus nuevos compañeros de vida lo desconcentraban, el sonido de algún auto anónimo y los tacones lejanos de alguna mujer que apretaba el paso por miedo, eran la banda sonora de la noche.
Se masturbó sin hacer ruido para aflojarse y poder dormir.
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