jueves, 26 de noviembre de 2009

Talvez el amor de mi vida fuma Philip Morris de diez

Me costó hacerme de un asiento en el colectivo, la última fila, la que más sufre el ruido del motor. Frente a mí estaba sentada una chica, hermosa. Mentón perfecto, labios perfectos. Su nariz no.

Llevaba unas cartulinas en una bolsa, su cartera negra de cuero o imitación y una carpeta con folios llenos de hojas. Se comía la uña del dedo índice de la mano derecha, miraba por la ventana mientras lo hacía sin prestarle atención a nada en particular. Miré las mías, seguro estaban mucho peores.

Acomodó su pelo detrás de sus orejas y siguió masticando su uña.
Hizo un paneo por el colectivo, me escaneó y siguió mirando. Abrió su cartera y corroboró si le quedaban cigarrillos. Philip Morris de diez, lo único que supe de ella, de sus gustos y preferencias. Fumaba Philip Morris de diez y se comía las uñas.
Se paró y toco timbre.
Ahí bajaba otro amor de mi vida.
Philip Morris de diez