Me costó hacerme de un asiento en el colectivo, la última fila, la que más sufre el ruido del motor. Frente a mí estaba sentada una chica, hermosa. Mentón perfecto, labios perfectos. Su nariz no.
Llevaba unas cartulinas en una bolsa, su cartera negra de cuero o imitación y una carpeta con folios llenos de hojas. Se comía la uña del dedo índice de la mano derecha, miraba por la ventana mientras lo hacía sin prestarle atención a nada en particular. Miré las mías, seguro estaban mucho peores.
Acomodó su pelo detrás de sus orejas y siguió masticando su uña.
Hizo un paneo por el colectivo, me escaneó y siguió mirando. Abrió su cartera y corroboró si le quedaban cigarrillos. Philip Morris de diez, lo único que supe de ella, de sus gustos y preferencias. Fumaba Philip Morris de diez y se comía las uñas.
Se paró y toco timbre.
Ahí bajaba otro amor de mi vida.
Philip Morris de diez